.

jueves, 27 de junio de 2013

Sin dinero será difícil estudiar

Por fin se acabaron las clases. Ya estábamos en verano y con él llegaban las ansiadas vacaciones de fin de curso. Por eso esta mañana no tuve que madrugar y pude dormir sin preocuparme por el dichoso despertador, ese que tantas veces me había enfadado a lo largo del año. Aún así, quedaba una última cosa por hacer y era ir a recoger las notas. Así que al mediodía papá y yo nos dirigimos al colegio porque habíamos quedado con la señorita Paula, mi profesora.

En cierta forma era un día un poco triste porque tenía que despedirme de mis compañeros hasta el próximo curso. Eso era lo único que no me gustaba y me daba un poquito de pena pensar que no nos veríamos en todo el verano. Aunque estoy segura que con Clara, mi mejor amiga, no perderé el contacto y a lo mejor con Lucas tampoco. Me pongo colorada solo con pensarlo ¿Por qué me sentiré así cuando le nombro?

Cuando llegamos a la escuela había un montón de padres y alumnos esperando ser atendidos por sus respectivos profesores. Pude observar que algunos tenían cara de preocupación, supongo que sería porque no habían aprobado todo, y otros, como yo, estaban felices y despreocupados. Estaba segura de que tendría unas buenas notas porque me había esforzado mucho durante el curso, a pesar de las constantes interrupciones de Lucas con sus tonterías.

Mientras esperábamos a que nos atendieran nos encontramos con Hugo y su padre, nuestros vecinos, que ya salían de hablar con su tutor. No se le veía muy contento y daba la impresión de que su padre estaba regañándole. Entonces nos acercamos a saludarles y mi papá le preguntó qué tal le había salido todo. En ese momento Hugo bajó la cabeza y no dijo nada, enseguida me di cuenta de que había suspendido.

-No muy bien la verdad, le quedó inglés. No sé qué vamos hacer con él -dijo su padre muy enfadado.

-Bueno hombre, no te pongas así que si solo dejo una tampoco es para tanto y seguro que en septiembre la recupera -le indicó mi papá.

-Pero es que siempre está igual, quita unas notas buenísimas y con el inglés no hay manera -seguía diciendo su padre.

-Jolines papá es que ese idioma es un rollo y no tiene sentido ¿Dónde has visto tú que se hable de una forma y se escriba de otra? Así no hay forma de aprendérselo -replicó Hugo intentando excusarse.

-La verdad es que algo de razón tiene y a mí tampoco me parece muy lógico ese idioma. De todas formas estoy segura de que la recuperarás porque tú eres un chico listo -le dije intentando animarlo y pensando que tampoco era tan extraño su razonamiento.

Aunque su padre no estaba muy de acuerdo con mi comentario y seguía insistiendo que aquello no podía ser, Hugo me miraba esbozando una pequeña sonrisa de complicidad en señal de agradecimiento por defenderle. La verdad es que me daba un poco de rabia por él porque era muy buen niño. Era de la misma edad que mi hermano Pedro y además de vecinos eran grandes amigos. Los dos acostumbraban a pasar muchas horas juntos jugando a la Play-Station y creo que ese era el problema por el que Hugo iba un poco justo en los estudios. Nos despedimos de ellos porque ya nos tocaba a nosotros y yo estaba impaciente por saber que diría mi maestra.

Entramos en la clase donde nos esperaba la señorita Paula, mi profesora. Al vernos nos invitó a pasar y con una sonrisa saludo a mi papá y luego a mí. A continuación, sacó el boletín de las notas y comenzó a explicarnos que había aprobado todo con una nota media de notable. Al escucharla se me iluminó la cara sintiéndome muy feliz conmigo misma. El esfuerzo de todo el año había merecido la pena. También me di cuenta de la satisfacción que sintió mi papá porque tenía una sonrisa de oreja a oreja. La maestra le contó que yo era una niña muy aplicada y tenía mucho potencial. Durante unos segundos me quedé pensando a qué se refería con lo de potencial ¿Sería algo de matemáticas? ¿De química quizás? De todas formas fuera lo que fuese parecía que era bueno.

-María tiene capacidad para estudiar la carrera universitaria que quiera y eso no todos los niños lo tienen -siguió diciendo la señorita Paula.

-Estoy seguro de que tiene razón, lo único que me preocupa es que con tantos cambios en la educación no podamos darle los estudios que se merece -dijo mi papá con una ligera tristeza.

-Es cierto que con estas nuevas leyes que están saliendo y todos los cambios que afectan sobre todo a la educación pública las cosas se están complicando para las familias con pocos recursos. Sería una verdadera lástima que niños con talento tuviesen que quedarse sin completar sus estudios por falta de medios -le respondió ella levemente apenada.

-De todas formas haremos lo imposible para que nuestra pequeña tenga las mejores oportunidades y no pienso permitir que ninguna ley trunque sus sueños de poder ser algo más -habló mi papá muy decidido.

En ese momento, le cogí de la mano para que sintiera que yo estaba con él y que entendía su malestar ante la posibilidad de que no pudiese estudiar lo que quería. Todo por culpa de las reformas que se estaban haciendo en la enseñanza pública. Me parecía injusto que tuviese que quedarme a las puertas de estudiar lo que quisiera por el simple hecho de no tener dinero para pagarme una carrera. Pero no quise pensar más en aquello, aún faltaba mucho tiempo y prefería saborear mis resultados académicos sin especular en nada más. Nos despedimos de mi maestra deseándole que disfrutase de un buen verano.

Al salir nos encontramos con mi amiga Clara y su tía. Al vernos nos abrazamos entre grititos de alegría felices por habernos encontrado. Ella también estaba muy contenta porque había aprobado todo. Quedamos en que nos veríamos durante el verano ya que probablemente ambas lo pasaríamos en la ciudad. Justo cuando nos despedíamos apareció Lucas y automáticamente empecé a notar como mi cara se ponía roja igual que un tomate. Se acercó a nosotras para saludarnos y nos dijo que él también había sacado buenas notas. La verdad es que no me extrañaba, era muy inteligente y de los primeros de la clase, a pesar de pasarse la mitad del tiempo haciendo bromas.

Finalmente nos despedimos de los demás compañeros deseándonos un buen verano. Clara y yo quedamos de vernos en la próxima semana. Fue en ese momento cuando Lucas, aproximándose a mí, me dijo que esperaba verme durante las vacaciones y que podríamos quedar algún día para ir a la piscina o al parque. Asentí con la cabeza sintiendo, una vez más, esa sensación extraña en mi estómago cada vez que él se me acercaba. Tengo la sensación de que este será un magnifico verano.

jueves, 20 de junio de 2013

La declaración de la renta, menudo rollo

Este mediodía, cuando llegué del colegio, me encontré a mis padres que hablaban acaloradamente. Estaban en la cocina y no parecía que estuviesen discutiendo, más bien era como si estuviesen disgustados por algo, sobre todo mi papá. No dejaba de decir que todo era muy injusto y que de dónde sacarían ahora el dinero para pagar no sé qué cosa. Mientras mi mamá intentaba tranquilizarlo diciéndole que ya lo solucionarían, que nunca llovió tanto que no parase. Al escucharla me quedé pensando que yo no estaba tan segura de eso, ya que al ritmo que íbamos no tenía mucha pinta de que fuese a parar de llover. Claro que pronto me di cuenta que aquello, seguramente era una de esas expresiones que tanto les gustaba utilizar y que no tendría nada que ver con la lluvia.

Como no entendía nada de lo que hablaban decidí preguntarles directamente. Ellos se sorprendieron al escucharme, ya que tan ensimismados estaban en su conversación, que ni siquiera se habían dado cuenta de que ya había llegado a casa. Intentaron disimular para que creyese que no estaban hablando de nada importante, y me salieron una vez más, con lo de que eran cosas de mayores y que no tenía de qué preocuparme. ¡Pues van listos si creen que con eso me van a hacer callar!

-Esa respuesta no me sirve, sé perfectamente que pasa algo. Así que no me tratéis cómo si fuese tonta y contármelo -les dije muy seria.

-Pero bueno, ¿qué manera es esa de hablar señorita? -me preguntó mamá ligeramente enfadada.

-Perdóname mami. No es mi intención ofenderos, pero ya no soy tan pequeña para que me tengáis que ocultar las cosas. Además somos una familia y las familias resuelven los problemas juntas -le respondí muy convencida.

-Esta es mi chica. Pero que lista eres. Está bien, te lo contaremos. Porque ya veo que es imposible ocultarte nada, y tienes razón, somos una familia y tú tienes todo el derecho a saber lo que ocurre -habló mi papá.

Enseguida me di cuenta de que a mi mamá no le parecía buena idea que me lo contase. Ella siempre quería protegerme de todo lo malo y pensaba que viviendo en la ignorancia yo era más feliz. Pero se equivocaba, yo necesitaba saber lo que ocurría a mi alrededor, sobre todo las cosas que le pasaban a mi familia. Así que me senté al lado de mi papá y comenzó a explicarme que estaban disgustados por culpa de la declaración de la renta.

-¿Declaración de la renta? ¿Y eso qué es? -pregunté sorprendida.

-Intentaré explicártelo de manera sencilla para que puedas entenderlo María. Cada mes de abril comienza en nuestro país lo que se conoce como “Campaña de la Renta”. Durante unos tres meses los ciudadanos tenemos la obligación de presentar la declaración de IRPF. Se llama así porque es un impuesto personal que se paga por la renta obtenida durante un año, es decir, sobre el dinero que tú has ganado en ese año -me contó mi papá.

-Entonces la gente tiene que pagar al final del año por el dinero qué ganó ¿es eso? -interrogué.

-Bueno la gente ya paga todos los meses por el dinero que gana, normalmente en el sueldo que cobra un trabajador ya le descuentan una parte para pagar ese impuesto -me dijo.

-Pero no entiendo, si ya se lo descuentan todos los meses ¿Por qué tiene que volver a declararlo al final del año? -seguí preguntándole.

-Porque es la forma que tienen de saber si has pagado impuestos de más o de menos. Si has pagado más de lo que te correspondía, entonces te devuelven dinero y si has pagado menos, eres tú el que tienes que pagar una cuota extra ¿entiendes? -me preguntó una vez terminó de explicármelo.

Aunque me parecía un poco rollo, más o menos entendí lo que papá me explicó. Pero lo que no comprendía era porqué estaba tan enfadado con eso. Fue en ese momento cuando me indicó que este año, debido a la crisis, el gobierno había subido los impuestos. Eso provocaba que muchas familias, incluida la nuestra, se viesen obligados a pagar. Porque según nuestra declaración de la renta, nosotros habíamos pagado menos.

-Pero papi, si tú no tienes trabajo ¿cómo ibas a pagar más? -pregunté asombrada.

-Pues por eso estoy indignado cariño. No tengo empleo y a mamá le cuesta mucho sacar adelante una peluquería, que solo da para cubrir gastos y poco más. Además tenemos que pagar la hipoteca de la casa y cada vez es más difícil llegar al final de mes, y como si todo esto no fuera suficiente, ahora resulta que también tenemos que pagar más impuestos -me contó enfadado.

-Pues no los pagues, diles que no puedes y ya está -le dije.

-Ojala fuese así de fácil María pero no puedo hacer eso, si no pago me ponen una multa y todavía tendré que pagar más -me contó con pena y resignación.

Durante unos minutos me quedé callada, pensando en todo lo que me relató mi papá. Entendía perfectamente sus enfados ante las cosas que ocurrían a nuestro alrededor y hasta yo me ponía de mal humor escuchándole. ¡Qué injusto me parecía todo! Cada vez me gustaba menos este mundo de mayores. Sobre todo las desigualdades que había entre la gente, donde los pobres cada vez eran más pobres y los ricos cada vez más ricos.

Mis padres se mataban a trabajar y luchaban para darnos lo mejor a mí y a mi hermano, y el gobierno se lo agradecía oprimiéndoles cada día un poco más, en vez de ayudarles a salir adelante. No lograba entender cómo podían construir un mundo con tantas diferencias y el porqué no luchaban para que todos pudiésemos vivir con dignidad.

Dignidad. Me gustaba mucho esa palabra. La señorita Paula nos la explicó la semana pasada en el colegio. Significa el valor que tiene cada individuo, el derecho a vivir en libertad y a la toma de decisiones. La dignidad se basa en el reconocimiento de la persona de ser merecedora de respeto, es decir, que todos merecemos respeto sin importar cómo seamos. Entonces ¿Por qué los adultos no luchan para que todos la tengamos?

jueves, 6 de junio de 2013

¡Vamos a la piscina!

Después de varios días en los que no se sabía muy bien si estábamos en invierno o en primavera, hoy, por fin, llegó el sol. Brillaba radiante en lo alto del cielo y sus rayos daban un maravilloso calorcito que invitaban a salir de casa. A todo esto había que añadir, que como estábamos en junio ya no teníamos clases por la tarde, lo que me dejaba más tiempo para disfrutar del casi veranito.

Fue por eso que este mediodía la tía de Clara, mi mejor amiga, llamó a mi mamá para pedirle permiso y llevarme con ellas a la piscina municipal. Ni que decir tiene, que al oír su invitación empecé a dar saltos de alegría, tantos, que mi mamá no pudo negarse. Tan agradecida me sentía que la abracé con todas mis fuerzas, mientras ella intentaba calmarme diciéndome que fuese a prepararme, porque en media hora vendrían a buscarme.

Rápidamente me fui a mi habitación para preparar mi mochila. Metí una toalla, un peine, el bronceador y por supuesto el precioso biquini nuevo que me había comprado la abuela ¡Qué ganas tenía de estrenarlo! Una vez terminé, me fui a la cocina donde mi mamá me esperaba con el bocadillo preparado y su interminable lista de recomendaciones: pórtate bien, obedece todo lo que te manden, cómete la merienda y espera dos horas antes de volver a bañarte, ponte abundante crema al llegar y al salir del agua que el sol es muy peligroso y podrías quemarte, etc, etc. Siempre igual, ¿cuándo se dará cuenta de que ya soy mayor? En fin, supongo que es algo que hacen todas las madres, y sino me lo decía no se quedaba tranquila. Así que me limité a contestarle a todo con un ¡Sí mamá!

Diez minutos más tarde, Clara y su tía me esperaban en el portal. Le di un beso a mamá prometiéndole que haría todo lo que me había dicho y bajé corriendo las escaleras. Al llegar, me subí al coche y Clara y yo nos abrazamos felices pensando en la maravillosa tarde que nos esperaba. Poco después llegamos a las instalaciones donde se encontraban las piscinas municipales, y se notaba que el calor empezaba a apretar porque estaban llenas de gente.

-Vamos chicas coger vuestras mochilas y nos pondremos cerca de aquellos árboles que hace menos calor -nos dijo la tía de Clara nada más bajarnos del coche.

-¡Mira María, el puesto de los helados está abierto! -exclamó Clara emocionada.

-¡Qué bien! Con las ganas que tengo de comerme uno -le contesté.

-Más tarde nenas, ahora vamos a colocar las toallas y darnos un chapuzón -habló su tía.

Mirando de reojo hacia los deliciosos helados, cogimos nuestras cosas y nos dirigimos hacia donde ella nos mandó. Era un sitio precioso y había dos piscinas de un color azul intenso que invitaban a bañarse. Una era para los mayores y otra para los pequeños, ambas rodeadas de hierba muy brillante y cortita, que según nos explicó su tía, se llamaba césped. En una esquina del recinto había una zona con árboles que simulaba un pequeño bosque. Fue allí donde nos instalamos porque había sombra y se estaba muy fresquito.

Aunque todo era precioso, nosotras lo único que queríamos era bañarnos y disfrutar del agua, así que dejamos al lado de un árbol nuestras cosas y nos fuimos al vestuario a ponernos los biquinis. En menos de cinco minutos ya estábamos tirándonos dentro de la piscina. Al principio el agua estaba un poco fría pero enseguida nos acostumbramos y ya no queríamos salir. Llevábamos casi una hora nadando, buceando y saltando por un tobogán que había en uno de los extremos de la piscina, cuando de pronto, alguien se apoyó en mí y me hundió hasta el fondo. Asustada y sin saber muy bien qué pasaba, salí hacia fuera con la respiración entrecortada y agitando los brazos con cierto nerviosismo, mientras oía risas a mi alrededor.

-Eres un idiota Lucas, no tiene gracia, menudo susto le has dado -le regaño muy enfadada Clara, al tiempo que se acercaba hacia mí para tranquilizarme.

-Perdona, era una broma, no quería asustarte ¿Estás bien María? -me preguntó preocupado al darse cuenta que casi me ahoga.

-Sí, estoy bien, pero no vuelvas hacerlo -le contesté con la voz entrecortada y sintiendo como me temblaban las piernas, aunque creo que era más por tenerle tan cerca que por lo que acababa de pasar.

-Eres un bruto, chico tenías que ser -le espetó mi amiga que seguía muy enfadada.

-Vale, tienes razón Clara. Vamos hacer una cosa, para que veas que estoy arrepentido os invito a un helado -nos dijo con una sonrisa tan dulce que era imposible negarle nada.

Entonces, salimos del agua para dirigirnos al puesto de los helados. A medida que nos acercábamos, recordé que aquellos heladeros llevaban allí toda la vida. Una vez mi papá me contó que pertenecía a una familia de los alrededores, y que el negocio, había ido pasando de padres a hijos. Hacían ellos mismos los helados y eran los más ricos de toda la ciudad. Mientras pensaba esto, notaba como la boca se me hacía agua, y al llegar, los tres nos quedamos babeantes mirando el expositor, sin saber muy bien cuál pedir. Todos tenían una pinta deliciosa. Los había de todos los sabores y colores que te podías imaginar.

La verdad es que era difícil elegir uno y si por mí fuese me los comería todos. Finalmente fue Clara la primera en decidirse, pidiendo un cucurucho de yogur con fresa, y yo, después de meditarlo mucho pedí uno que llevaba nata con pepitas de chocolate. Tenía un nombre un poco raro, stracciatella. Le pregunté al dependiente, un chico moreno muy amable, porqué se llamaba así, y me explicó que su nombre provenía del italiano y significaba “despedazado” y era porque llevaba el chocolate en trozos.

Tengo que reconocer que fue una magnifica decisión, porque estaba riquísimo, y a partir de ese momento, el helado de stracciatella sería mi favorito. Lucas también solicitó el mismo porque decía que si yo lo elegía seguro que estaba buenísimo. Al escucharlo no pude evitar sonrojarme, algo que me dio mucha rabia porque no quería que él se diese cuenta de lo nerviosa que me ponía. Aunque creo que lo que le decidió realmente fue ver mi cara de satisfacción al saborear el helado ¡Qué bueno estaba!

jueves, 23 de mayo de 2013

Las gramíneas me atacan

Llevamos unas semanas en las que el tiempo parece que está loco. No se sabe si es otoño o primavera, es como si estas dos estaciones se hubiesen mezclado. Cada día es diferente, uno hace sol y calor y al otro frío y llueve. Con este panorama es imposible saber qué te vas a poner de ropa cuando te levantas.

En mi casa, a estas alturas del año mi mamá nos manda quitar la ropa de invierno y subirla al desván, pero después de ver como está el tiempo, decidió que era mejor esperar hasta que este se aclarase. Es por eso que en mi armario se entremezclan, sandalias con botas, camisetas de manga corta con jerséis de lana y chaquetas de punto con anoraks.

Pero mi papá ha descubierto un método infalible para saber cómo vas a salir vestido a la calle. Todos los días se levanta antes que nadie y sale al balcón para comprobar la temperatura, y así, decide que ropa nos ponemos. Aunque a veces su sistema falla, porque a primera hora de la mañana hace más frio que al mediodía y eso provoca que muchas veces llegue a casa sudando del colegio. Creo que por eso, esta mañana cuando me levanté, me encontré con que tenía la nariz como un pimiento rojo, me lloraban los ojos sin parar y me dolía un poquito la cabeza.

-¡Ay nena que mala cara tienes! -exclamó mi mamá al verme entrar en la cocina.

-¡Vaya, muchas gracias! La verdad es que me encuentro fatal y no puedo dejar de estornudar -le dije entre achís y achís.

-Mejor no te me acerques pequeñaja, que no tengo ganas de que me contagies nada -me habló mi hermano Pedro apartándose de mi lado.

-Jolines yo no tengo la culpa de estar enferma -contesté con voz lastimosa.

-Será mejor que hoy no vaya al colegio y la lleves al médico -le indicó mi mamá a mi papá.

-Tienes razón, eso haré. Desayuna algo María y vístete que nos vamos al Centro de Salud -me dijo papá.

Como no tenía muchas ganas de comer, me tomé solo el vaso de leche y una galleta, a pesar de que mamá insistía e insistía en que debía tomarme algo más. ¡Ay que pesadita se ponía! Pero mi papá la convenció, menos mal, para que me dejase, diciéndole que sería peor que lo vomitase todo. Ante aquella lógica aplastante, mi mamá decidió que por esta vez lo dejaría estar. Fue así como me fui a mi habitación para vestirme y diez minutos después salimos hacia el Centro de Salud.

No tardamos ni media hora en llegar, ya que este se encontraba bastante cerca de nuestra casa. Sentía curiosidad por saber porqué le llamaban Centro de Salud, y mi papá me explicó que era porque allí estaban todos los médicos. Los que atendían a los niños, los que miraban los huesos que tenían un nombre un poco raro, traumanoseque. Aunque  los que más llamaron mi atención fueron los de la cabeza, ya que no sabía que también había doctores para eso. Aunque pensándolo bien, tampoco era tan raro, porque a más de uno buena falta le hacia que se la mirasen, sobre todo a esos políticos que se dedicaban a fastidiar a los demás con leyes sin sentido.

Tuvimos que subir hasta la tercera planta que era donde estaba la consulta del pediatra, que era así como se llaman los médicos que se dedican a curar a niños. Al lado de la consulta había una salita con sillas que era la sala de espera. Papá me pidió que me sentase un momento mientras él iba a hablar con la enfermera. Entonces me senté al lado de una señora que llevaba un niño pequeño en brazos. Era morenito, con unos enormes ojos azules y sonreía sin parar.

-Hola me llamo María, es muy guapo tu hijo ¿También está malito? ¿Qué le ocurre?-investigué curiosa.

-Hola guapa, yo me llamo Luisa y él se llama Nacho -me dijo con una sonrisa-. Pues sí esta algo enfermito, tiene problemas para respirar y por eso estamos aquí.

-¡Oh vaya! ¡Pobrecito! Pero ¿no será nada grave? -interrogué preocupada.

-No, no, tranquila. La doctora le receta unos medicamentos muy buenos y enseguida se pone bien -me explicó.

-¿Qué haces María? No molestes nena, venga estate atenta que un rato nos toca -dijo papá entrando en la sala de espera.

-No la riña por favor, es una niña muy amable y no me ha molestado nada -le contestó la señora.

-¿Ves? Tú siempre piensas que molesto, pues te equivocas papi, a la gente le caigo bien -concluí muy seria, mientras Nacho sonreía sin parar y hacía ruidos extraños como dándome la razón.

En ese momento una enfermera salió de la consulta y dijo mi nombre en voz alta. Entonces papá me agarró de la mano metiéndome prisa para que entrásemos. Nos despedimos rápidamente de Luisa y su hijo y entramos. Una vez dentro pude observar que en vez de un doctor, había una doctora. Era una chica joven muy guapa que nos recibió con una sonrisa. Mientras le preguntaba a mi papá qué era lo que me pasaba, la enfermera me acompañó hasta una camilla y me pidió que me desvistiese de cintura para arriba.

-¿Esta segura que quiere que haga eso? Porque si me desnudo me voy a enfriar y ya estoy bastante malita y no quiero ponerme peor -le contesté a la enfermera.

-Pero María, por favor,  haz lo que te dicen que ellas saben lo que hacen -me riñó papá.

-No te preocupes pequeña que aquí no hace frío, además necesito examinarte y con la ropa puesta no puedo hacerlo -me explicó la doctora con una amable sonrisa, acercándose hacia mi.

-Seguro que fuiste una buena estudiante porque eres un poco joven para ser médico ¿no crees? Los doctores que conozco siempre son mayores y tú no lo eres -dije muy seria.

-María por favor, deja de hacer preguntas que la doctora tiene que trabajar -volvió a regañarme mi papá ligeramente nervioso.

-No se preocupe, tranquilo, es bueno que pregunte, significa que es una niña lista -le contestó a mi papá-. Y has acertado, fui muy buena estudiante y de las primeras de mi clase, por eso pude terminar  mi carrera muy pronto. Así que ya sabes lo que tienes que hacer, estudiar mucho -me contó sonriendo.

-Eso haré, aunque aún no tengo muy claro que seré de mayor. Pero estoy segura que estudiaré algo importante -le respondí muy decidida.

En ese momento me pidió que abriese bien la boca para mirar la garganta. También me examinó los oídos y me dijo que respirase muy fuerte, porque según me explicó quería escuchar mis pulmones. Una vez terminó, le contó a mi papá que no era nada serio, que parecía ser una ligera alergia, probablemente a las gramíneas, pero con unas pastillas que me iba a dar pronto estaría mejor.

-¿A las qué? No, no creo, porque yo a esas no las conozco de nada. Tengo alergia a muchas cosas, a la Señora Crisis, a las injusticias, a las leyes esas que fastidian y enfadan a la gente…pero contra las gramíneas, se lo juro doctora que no tengo nada -le expliqué.

En ese momento las carcajadas inundaron la consulta. Todos se reían sin parar mientras yo me preguntaba ¿Qué he dicho? Entonces la médico me explicó que las gramíneas eras unas plantas que en primavera soltaban polen que flotaba en el aire. Mucha gente al respirarlo le hacia daño y le provocaba irritación en la nariz, ojos rojos y picor de garganta, todo esto acompañado por continuos estornudos. Justo lo que me pasaba a mí.

Después de escuchar su explicación, me sentí un poco avergonzada por pensar que las gramíneas eran algo relacionado con la Señora Crisis. Aunque, no tuviesen nada que ver y no eran tan malas. La verdad es que tampoco me cayeron muy bien, por muy plantas que fueran, más que nada porque me lo están haciendo pasar fatal. Pero me gustó conocer a la doctora, la cual me aseguró que en unos días estaría otra vez estupendamente.

jueves, 9 de mayo de 2013

No me gusta ni la LOMCE ni el Señor Wert

Hoy hemos vuelto a salir a la calle a protestar. La verdad es que llevamos unas semanitas que no paramos, y cada vez, entiendo más a mi papá cuando se enfurece. Esta vez somos los estudiantes los que volvemos a levantarnos contra las cosas injustas que nos quieren imponer. Pero por primera vez hicimos una huelga conjunta, padres, profesores y alumnos unidos contra un tal Señor Wert, que al parecer es el que manda y decide cómo debe ser nuestra educación.

Como a mí estas cosas cada vez me cuesta más entenderlas, decidí, ayer por la tarde,  preguntar en clase a nuestra profesora, la señorita Paula, quién era ese señor que tanto poder parecía tener sobre nosotros. A ella le gustó mi pregunta porque me dijo que era necesario que nosotros entendiésemos lo que estaba pasando, ya que éramos los primeros afectados por la nueva ley.

-¿A qué ley se refiere? -interrogó mi amiga Clara.

-A la LOMCE que es la ley orgánica para mejorar la calidad educativa -le respondió nuestra maestra.

-Ah bueno, entonces no hay problema. Si es para mejorarla no es nada malo -dije aliviada porque pensaba que nos iban a querer fastidiar otra vez.

-Te equivocas María, no solo es malo, es peor. Porque con esta nueva ley retrocedemos a los años cincuenta y se pierden muchos de los avances que se han conseguido hasta ahora -me explicó la señorita Paula.

-Pero eso no tiene ningún sentido, mejorar es convertir algo malo en algo bueno y no al contrario -hablé sintiéndome muy confundida.

-Debería ser así, pero en este caso no lo es -nos dijo la profesora.

Fue entonces cuando nos explicó en qué consistía esa ley que intentaba aprobar el Señor Wert. La LOMCE pretende que los estudiantes tengan que hacer más exámenes al final de cada ciclo, tanto en primaria como en la ESO. Además de dificultar el acceso a la universidad poniendo unas tasas y matriculas muy caras que la mayoría de padres de familias con pocos recursos no podrán pagar. Facilita la expulsión de los alumnos con dificultades para que no puedan llegar a estudios superiores. También quieren imponer asignaturas que no eran obligatorias, como la religión, para que cuenten en las notas finales. Esto todo terminará con los estudiantes de las clases más bajas y las carreras universitarias solo podrán hacerlas los hijos de gente rica. Una ley, en definitiva que destruye vuestro derecho a la enseñanza pública, gratuita, de calidad, laica y democrática.

-¿Y quien es ese señor para decidir cómo debemos estudiar? -pregunté enfadada.

-Ese señor es el ministro de educación, el que manda en todos los colegios, institutos y universidades públicas del país -me contestó la señorita Paula.

-Pues no me parece justo, nosotros solo queremos estudiar para tener un buen trabajo y un futuro mejor -habló Lucas muy serio.

-Tienes toda la razón, por eso nosotros los profesores y vuestros padres no queremos que esa ley se apruebe. Deseamos lo mejor para vosotros y que todos tengáis los mismos derechos y las mismas oportunidades. Por todo ello mañana iremos a la huelga -dijo la profesora.

Por eso esta tarde volvimos a salir a la calle, allí estábamos, otra vez. Apoyados por los mayores que se negaban a que nuestro futuro sufriera más recortes. Con nuestras pancartas y nuestra voz. Subida en los hombros de mi padre gritábamos por las calles de la ciudad:

¡NO A LA LOMCE!

¡BASTA DE ATAQUES CONTRA LA ESCUELA PÚBLICA!

¡LOS RECORTES PARA LOS BANQUEROS!

Lo que más rabia me daba de todo esto, es que aparte del Señor Wert, la gran culpable de todo era la Señora Crisis. Una vez más ella se empeñaba en fastidiarnos, no tenía suficiente con mortificar a nuestros padres, dejándoles sin trabajo, ahora también quería destruir el futuro de los niños.

Entonces recordé que mi papá siempre decía que uno debe luchar por lo que cree y no debe rendirse jamás, y eso es justo lo que haremos. Desde aquí le digo a ese Señor Wert, que tendrá mucho poder y se creerá muy importante, pero si piensa que porque somos niños nos vamos a callar y permitirle que juegue con nuestro futuro…es que no nos conoce nada.

jueves, 2 de mayo de 2013

1 de Mayo, Día de los Parados

Después de varias semanas viendo a mi papá, más o menos tranquilo, este mediodía volvió a enfadarse. El motivo fue porque hoy se celebró el Día del Trabajador. Aunque yo estaba encantada, porque gracias a eso no tuve colegio y pude dormir toda la mañana a pierna suelta, como acostumbraba a decir mi mamá. En cambio, parecía que a él no le gustaba nada aquella fiesta, incluso le producía rabia.

Mientras veíamos las noticias, no paraba de decir lo irónico que era celebrar un día en el que tener un trabajo era algo parecido a un privilegio. Según él había más gente sin trabajar que trabajando por lo que celebrar aquel día era un poco de risa. Por supuesto yo no entendía nada, básicamente porque no paraba de barullar cosas incomprensibles para mí. Hablaba tan alto que mi mamá lo mandó que se fuese para el salón porque le estaba poniendo la cabeza como un bombo.

-Claro como tú eres la única que trabaja en esta santa casa, pues a ti que te va importar lo que le pase a los demás -le contestó papá cada vez más enfadado.

-Anda deja de decir tonterías, a mí también me afecta, esto es un problema de todos -dijo mamá ligeramente molesta por su comentario.

-Tienes razón, perdóname. Es que estas cosas me sacan de mis casillas -le dijo.

Supongo que cuando se refería a sus casillas, no estaba hablando del portero del Real Madrid, sino que era más bien una de esas expresiones que tanto les gustaba utilizar a los mayores. Así que no pregunté nada y me fui con él para el salón. Sentía curiosidad por saber de qué hablaba, y fue por eso que me senté a su lado, para poder escucharle mejor. Entonces, dijo algo que me dejó sorprendida.

-Esto es insostenible, somos más de seis millones de parados en este país.

Durante unos minutos me quedé mirándole, sin saber muy bien a qué se refería. No conseguía imaginarme a tanta gente junta y quieta, con lo aburrido que tendría que ser eso. Tampoco podía evitar el preguntarme porqué estarían parados, y dónde. ¿En una estación de autobús quizás? ¿O estarían esperando para ver algo? ¿Y porqué mi papá estaba con ellos? Decidí preguntarle para salir de dudas y su respuesta fue una enorme carcajada. Tanto se reía que casi se atraganta, lo cual me molestó muchísimo. Encima de que me preocupaba por entenderle y le acompañaba, a él le hacían gracia mis preguntas ¡Qué antipático!

-¡Ay cariño! Eres fantástica -me dijo entre risas.

-Pues a mí no me lo parece, me estoy sintiendo como si fuese tonta -respondí algo enfadada.

-No María, tú no eres nada de eso. Lo que pasa es que cuando digo seis millones de parados, me refiero a personas que están sin trabajo ¿entiendes ahora? -me contó.

-¡Ah vale! O sea, que la gente que no tiene trabajo se llama parada. Entonces tú eres un parado ¿verdad papá? -le pregunté.

-Pues sí nena, por desgracia soy uno de ellos. Por eso me molesta que se celebre este día cuando la mayor parte de la gente no tiene trabajo y pasa por dificultades. Me preocupa que las cosas, en vez de mejorar, empeoren día a día -me explicó con tristeza.

-Te entiendo, pero porqué todas esas personas no se mueven. A lo mejor si toda la gente se une y dejan de estar parados las cosas cambian ¿no crees papi? -le dije.

-Puede que tengas razón y sea hora de que todos nos movamos, la cuestión es hacía dónde vamos -me indicó.

-Hacia delante papá, siempre hay que caminar hacia delante -concluí muy seria.

Entonces se quedó mirándome, como pensando en lo que le había dicho, y pasados unos minutos, me señaló que eso era lo que haríamos. No íbamos a seguir esperando a que las cosas cambiasen, nosotros las cambiaríamos. Dejaremos de lamentarnos y nos levantaremos para avanzar todos juntos, y poder así, construir  un sitio mejor donde vivir. También me comentó que con mis palabras, le había recordado una frase de Martin Luther King. Según me contó, este fue un gran hombre que luchó por los derechos civiles y por la igualdad.

-¿Y qué fue lo que dijo papi? -pregunté curiosa.

-Si no puedes volar, entonces corre. Si no puedes correr, entonces camina. Si no puedes caminar, entonces arrástrate. Pero sea lo que hagas, sigue moviéndote hacia delante -me recitó mi papá.

Era la primera vez que oía hablar de aquel hombre, pero sus palabras me encantaron y por eso las escribí en mi diario para recordarlas siempre. Fue así, llevados por el espíritu de Martin Luther King, como salimos a la calle y nos unimos a las manifestaciones que había en el centro de la ciudad. Al final fue un día estupendo, y estoy segura, de que las cosas empezarán a mejorar…porque como dice papá a peor ya no pueden ir.

jueves, 25 de abril de 2013

La leyenda de San Jorge

Esta mañana, cuando entramos en la clase, pudimos observar que en cada pupitre había un pequeño libro. Después de saludar a nuestra profesora, la señorita Paula, nos pusimos a ojearlo curiosos, mientras nos preguntábamos qué hacía allí. Era parecido a un cuento, tenía las pastas de color rojo y en el centro había un dibujo que representaba a un caballero a lomos de su caballo. Este se encontraba luchando contra un enorme dragón que escupía fuego por la boca. El título estaba escrito en letras de color dorado, y decía: “La leyenda de San Jorge”

Entonces nuestra profesora nos explicó que aquel libro era un pequeño obsequio para nosotros, ya que el 23 de abril se celebraba el Día Internacional del Libro. Nos preguntó si alguno sabíamos porqué era precisamente ese día y no otro, pero no hubo respuesta. Todos nos quedamos en silencio sin saber que contestar.

-Al parecer este día concuerda con el nacimiento de William Shakespeare y Miguel de Cervantes, símbolos de la literatura universal -nos reveló la señorita Paula.

-Pues podía habernos regalado un libro de esos autores y no uno de caballeros y dragones -habló uno de los niños en tono irónico, lo que provocó las risas de los demás.

-Os he regalado ese, porque hoy también celebramos el día de San Jorge. Es una de las jornadas grandes en Aragón y Cataluña. Además en esta última, la costumbre es regalar un libro y una rosa -nos contó la profesora.

-¿Por qué una rosa? -pregunté intrigada.

-La respuesta María, está dentro de ese libro. Y ya que has sido tú la que lo has preguntado, serás tú la que lo lea para toda la clase -me respondió.

-Muy bien -le dije, al tiempo que me levantaba y comenzaba a leer.

“Hace mucho, mucho tiempo, los habitantes de una ciudad del Reino de Aragón, vivían tristes y atemorizados por un gran dragón que habitaba en una cueva a las afueras de la ciudad. Este siempre estaba hambriento y se acercaba a la ciudad en busca de comida. Despedazaba todo a su paso y se comía todo lo que encontraba. De su boca salían bolas de fuego que quemaban las cosechas y con su enorme cola destrozaba las casas de los pobres ciudadanos.

El Rey, cansado de esta situación, decidió hacer un trato con el dragón. Le propuso darle a comer una oveja cada día, a cambio de que dejase en paz a la ciudad y a sus gentes. El dragón aceptó el trato y a partir de aquel día la paz volvió al reino.

Pasados unos meses, las ovejas se terminaron, se las había comido todas y ya no quedaban más. El Rey pensó que si no le daban ninguna, no se daría cuenta y no pasaría nada…pero se equivocaba. El dragón se presentó en la ciudad, enfurecido y escupiendo fuego, al tiempo que gritaba:

-Has roto nuestro trato, a partir de ahora me darás una muchacha cada día para comer.

-Pero cómo voy hacer eso, lo que me pides es imposible -respondió el Rey.

-Si no lo haces, destruiré esta ciudad y no dejaré rastro de ella -rugió el dragón.

El Rey convocó a todos los habitantes en la plaza de la ciudad, para que decidieran entre todos que podían hacer. La gente pensaba que no podían darle a sus jóvenes, aunque si no lo hacían, acabarían muriendo todos. Fue así, como después de mucho pensar, decidieron aceptar lo que el dragón les pedía. Harían un sorteo entre ellas y le entregarían a quien le tocase, fuese quien fuese.

Pero llegó el día en que le tocó a la hija del Rey. Este estaba desconsolado y no dejaba de llorar por los pasillos del palacio. Pero la princesa, que era muy valiente, decidió que tenía que cumplir con su obligación. Fue así como se despidió de su familia y se dirigió hacia la cueva del dragón. Por el camino se encontró con un caballero de armadura blanca y brillante lanza. Él, al verla tan triste se detuvo ante ella y le preguntó:

-¿Adonde vas bella muchacha?

-Soy una princesa que va a cumplir con su pueblo. Voy hacia la cueva del dragón para que me devore -contestó apenada la hermosa joven.

-Eso no puede ser princesa. Yo os salvaré, a ti y a todo tu reino.

El caballero, de nombre Jorge, salió hacia la cueva del dragón, donde le retó. Tras una gran batalla, le clavó su blanca lanza en el pecho y lo mató. Donde cayó la sangre derramada por el dragón, brotó un rosal de hermosas rosas rojas. El caballero arrancó la más bella y se la entregó a la princesa. La montó a lomos de su caballo y juntos partieron hacia el castillo. Todo el pueblo celebró su hazaña con una gran fiesta, y  el Rey, tremendamente agradecido, le dijo que podía pedir lo que quisiera.

-Tan solo quiero una cosa majestad, la mano de vuestra bella hija -contestó el caballero.

-Sea pues -habló el Rey.

Así nace la tradición de que, el día 23 de abril, día de San Jorge, todos los enamorados les regalen una rosa a sus novias.

Este fue el final de la historia, y aquella era la razón por la que se regalaban rosas ese día. A todos nos gustó mucho la leyenda, y nos pasamos el resto de la mañana comentándola y dibujando dragones, caballeros y princesas. Aunque lo que más me impactó, fue cuando al salir de clase, Lucas me llamó a un lado. Al aproximarme, me entregó una preciosa rosa roja de papel que había confeccionado para mí. Me quedé mirándola sin saber qué decir, y lo único que atiné a balbucear fue que yo no era su novia para que me hiciese ese regalo. Entonces se acercó y en voz baja me dijo: “algún día lo serás”