De todos los días de las
navidades, sin duda, el día de Reyes es el mejor. A pesar de que esto significa
que las vacaciones se acaban y que pronto comienza el cole de nuevo, este sigue
siendo mi día favorito de estas fiestas. Que conste que no solo lo digo por los
regalos, que también, sino sobre todo porque me gusta después de un año
esperando, volver a comer la rosca de reyes, umm mi postre preferido.
Aunque no entiendo porqué solo la
podemos comer este día, con lo fantástico que sería poder comerla cuando te
apeteciese. Pero bueno, lo importante es que esta mañana mi papá y yo fuimos a
la pastelería para comprar una bien grande. Cuando llegamos, nos encontramos
con Hugo y su perrito Iker que esperaban su turno para comprar la suya. Nos
saludamos y mientras mi padre y él hablaban yo me agaché para acariciar al
animalito, al tiempo que comencé a recordar lo fantásticas que fueron aquellas
navidades.
A raíz de la publicación del
cuento, “Los misteriosos sueños de Hugo” de Silvia, la mamá de Hugo, nuestras
familias se unieron un poco más. Durante las tres semanas de vacaciones de
navidad, les ayudé con la promoción de su libro. Primero diciéndoles a mis
amigos que no olvidaran incluirlo en su carta a los Reyes Magos, porque como
bien decía Silvia, era importante leer para poder viajar a mundos mágicos como
el de los Ñukys. También visitamos las librerías de la ciudad para enseñarles
el cuento y que lo incluyeran entre sus libros. Todos fueron muy amables con
nosotros y poco a poco el cuento de Silvia va haciéndose un hueco en el mundo
literario.
Fue por eso que mis padres
decidieron invitarlos para pasar las fiestas con nosotros. A mí me encantó la
idea, además también vinieron los abuelos y unos primos de Hugo, entre ellos, Sandra
con su hijo Cosme de tres años y con el que nos lo pasamos genial. Nos sentíamos
una gran familia y eso era estupendo.
El día de Nochebuena cenamos todos
en mi casa. Durante la tarde ayudé a mamá con los preparativos de la cena. Sinceramente
creo que nos pasamos con tanta comida y, como siempre, terminó sobrando, pero mamá
decía que era mejor que sobrase a que faltase. Así que nos pasamos horas
cocinando platos riquísimos que luego saboreamos entre risas.
Aunque lo más divertido sucedió
cuando mi papá nos dijo que Papa Noel había llegado y dejó unos regalitos para
nosotros, debajo del árbol de navidad. Nada más oírle, Cosme, el primito de
Hugo, corrió a esconderse detrás de su madre y era incapaz de acercarse al salón
para comprobar qué le había traído. Todos nos pusimos a reír a carcajadas ante
el temor del pequeño, mientras Silvia intentaba tranquilizarle y le animaba a
que fuese a buscar su regalo. Pero no había forma de convencerle, hasta Iker,
al ver el miedo del niño, metió su rabito entre las piernas y se puso detrás de
su amo, por si acaso.
Ya que no había manera de
animarle a buscar su regalo, decidimos ir todos con él al salón. Al llegar
descubrimos que debajo del arbolito había unos cuantos paquetes envueltos con un
papel muy brillante. Cada uno llevaba una tarjetita con un nombre. Había uno
para mí, otro para Hugo, otro para mi hermano Pedro, otro para Cosme y lo más sorprendente
fue que había uno para Iker.
Nada más verlos, nos abalanzamos sobre
ellos para abrirlos. A mi hermano le dejó una chaqueta, a Hugo un polar y a mí
una bufanda con los guantes a juego. Todos estábamos muy contentos con nuestros
regalos y mientras nos los probábamos, Cosme nos observaba incapaz de abrir el
suyo, así que se lo acerqué y le ayudé a abrirlo. Era una diana de colores con
pelotitas de velcro chulísima. El niño se puso muy contento y mi papá la montó
y se la colgó para que pudiese probarla. Ya no hubo quién lo moviera de allí en
toda la noche.
Con la emoción de Cosme, nos habíamos
olvidado del regalo del Iker. Este estaba sentado al lado de su obsequio esperando
que alguien se lo abriese. Así que fue mi hermano el que rompió el papel para
ver lo que escondía el paquetito, ante la atenta mirada del perrito que se había
puesto en pie moviendo su rabito sin parar. Era una pelota de colores con un
cascabel dentro, y nada más verla, comenzó a mordisquearla y a ladrarle sin
parar, lo que provocó las carcajadas de todos.
Fue una noche fantástica y en la
que disfrutamos mucho. Prometimos que el año próximo volveríamos a hacerla
todos juntos ya que nos sentíamos una gran familia.
-María, vamos que ya nos toca -dijo
mi papá despertándome de mis recuerdos navideños.
-Ah, sí, ya voy -contesté levantándome
y entrando en la pastelería.
Mientras comprábamos la rosca de
reyes, volví a pensar en lo bonitas e inesperadas que fueron estas navidades y,
que a veces, no necesitamos tener lazos familiares para sentir a los demás como
parte de los tuyos. Para nosotros nuestros vecinos eran mucho más que eso y nos
hizo muy felices compartir unas fechas tan entrañables con ellos. Al fin y al
cabo lo importante de la navidad era poder compartir lo que tienes con la gente
que quieres. Y, justo eso, fue lo que hicimos.