.

jueves, 12 de abril de 2012

Me gustaría tener un hermanito pequeño

Esta tarde estaba terminando los deberes, cuando papá entró en mi habitación y me preguntó si quería acompañarle al hospital. Al parecer habían operado a un antiguo compañero suyo de trabajo y quería visitarlo, y aunque a mi no me gustaba mucho ese sitio, acepté ir con él.

Al llegar no pude evitar recordar cuando la Señora Lola se había puesto enferma y lo mal que lo pasó mamá allí. Pero esta vez era diferente, el amigo de papá no corría ningún peligro. Así que subimos en un ascensor enorme que nos llevó a la tercera planta donde estaba ingresado.

-¿Qué tal Manolo? ¿Cómo te encuentras? -saludó papá cuando entramos en la habitación.

-¡Hombre, cómo me alegro de tu visita! -contestó él.

-Te veo estupendamente, seguro que pronto te mandan para casa -dijo papá.

-Pues sí, en un par de días ya me echan fuera. La verdad es que todo salió muy bien -habló Manolo-. Y esta niña tan guapa ¿Quién es? ¿No me digas que es María?

-Sí, es mi pequeña. Saluda nena -me dijo papá.

-Ya iba hacerlo, pero hablabais tanto que yo no podía decir nada. ¡Hola! ¿Qué tal? -repliqué.

-Jajajaja pero que salada es. Tienes razón que no te dejamos hablar -dijo Manolo entre carcajadas.

Estuve tentada a preguntarle dónde notaba que era salada. Que yo sepa son las comidas las que pueden estar saladas o sosas y no las personas. Pero me quedé callada porque intuí que estaba ante una de esas cosas ilógicas y extrañas que dicen los mayores. Además noté que a papá no le había gustado mucho mi forma de saludarle, por lo que quedarme en silencio fue una buena decisión.

En ese momento ellos comenzaron a hablar de las típicas cosas de adultos: “qué mal está todo”, “no hay trabajo”, “esta dichosa crisis”, “que si el gobierno tiene la culpa”, etc. Como no me estaba enterando de mucho, ni ganas que tenía tampoco, le pedí permiso a papá para salir al pasillo donde había una máquina con chucherías. Solo me puso como condición que no me alejase y que no molestase a nadie.

Saqué del bolsillo de mi chaqueta unas cuantas monedas y miré los precios para ver qué podía comprarme. Había unas chocolatinas que tenían muy buena pinta y me decidí por una de ellas. Tras sacarla me senté en un banco que había al lado para saborearla y mientras lo hacía pude ver a un señor que no dejaba de dar vueltas por el pasillo. Parecía nervioso o preocupado, caminaba arriba y abajo, y de vez en cuando se paraba delante de una puerta como esperando a que saliese alguien.

-Si sigues así acabarás gastando los zapatos de tantas vueltas que das -le dije acercándome a donde estaba.

-Perdona ¿Cómo dices? -me preguntó.

-Qué por muchas vueltas que des, lo que estás esperando no ocurrirá antes -respondí.

-Eres muy lista. Pero no puedo evitarlo, mi mujer está ahí dentro y estoy un poco nervioso -me contestó sorprendido por mi desparpajo.

-¿Está enferma?

-No, no es eso, es que vamos a tener un bebé.

-¡Qué bien! ¿Y es un niño o una niña? -pregunté emocionada.

-Es un niño y se llamará Víctor -me explicó.

-Es un nombre muy bonito, yo me llamo María ¿Y tú?

-Fernando, encantado de conocerte María.

Justo cuando iba a contestarle “igualmente”, se abrió la puerta y salió un hombre vestido de verde de la cabeza a los pies. Yo supuse que era el médico que Fernando estaba esperando, y detrás de él, apareció una enfermera que llevaba un bebé chiquitito en brazos. Los dos se acercaron y le dijeron que todo había salido muy bien y que aquel era su niño. Entonces él lo cogió con mucho cuidado y le dio un besito en su cabecita. A continuación se agachó para que yo también pudiese verlo.

-Mira María, te presento a Víctor -me enseñó ligeramente emocionado.

-¡Es precioso! Se parece un poco a ti -dije acariciándole una de sus manitas.

-Gracias María, tú si que eres preciosa. Te agradezco que me hicieses compañía mientras esperaba -me dijo el que posiblemente era el hombre más feliz del mundo en ese momento.

-Ha sido un placer, además es la primera vez que veo un bebé recién nacido. No sabía que eran tan pequeñitos. Ahora cuídale mucho y a su mamá también -le contesté.

-María ¿Qué haces ahí? -habló papá de pronto saliendo de la habitación de Manolo- ¡Pero bueno! ¿Ya estás metiéndote donde no te llaman? -preguntó reprendiéndome.

-No la regañe, que es un encanto y me ha hecho muy grata la espera -contestó Fernando con una sonrisa.

Fue entonces cuando me despedí de Fernando y Víctor. Mientras íbamos hacia el coche, mi padre fue diciéndome que no se me podía dejar sola, que era una metomentodo que si bla, bla, bla. Pero yo solo pensaba en lo mucho que me gustó conocerles a los dos y camino a casa comencé a imaginar que sería estupendo tener otro hermanito. Pero seguro que si se lo decía a mamá me contestaría que estoy loca, que era lo que nos faltaba. Casi mejor voy a seguir insistiendo con lo del perrito, que creo que tengo más posibilidades.

3 comentarios:

  1. Oh, que bella historia y que divertida esta María. Cada día me gusta más.

    ResponderEliminar
  2. Fantástica, María!! Lo ley ayer, en el hospital con quienes ya sabes. Me has emocionado, Lúa. Ha sido un detalle precioso. Muchas, muchas gracias. Me alegra un montón haberte conocido. Un beso, amiga.

    ResponderEliminar
  3. Me alegro mucho de que os haya gustado. Es que María se puso muy pesada con lo de que quería haceros un regalito y a mi también me hacía ilusión. Disfrutad mucho de vuestro pequeño. Un beso enorme.

    ResponderEliminar