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viernes, 13 de enero de 2012

Estoy enferma pero el médico no me pinchó

Esta tarde cuando terminaron las clases no me encontraba muy bien. Ya hacía rato que  había comenzado a dolerme la cabeza y estaba deseando irme a casa. Incluso la señorita Paula se dio cuenta de que estaba malita y se ofreció para acompañarme hasta el patio, donde me esperaba papá. Al llegar, ella le explicó lo que me pasaba y le recomendó que me acostase a ver si así mejoraba.

Cuando llegamos a casa, papá me ayudó a desvestirme y puso una mantita en el sofá para que me tumbase allí. Comenzó a ofrecerme algo de comer, pero yo no quería nada, sólo que mamá llegase pronto de trabajar. No es que papá no me cuidase bien, pero las mamas entienden más de estas cosas y estaba segura de qué ella sabría mucho mejor que hacer.

A medida que avanzaba la tarde, me encontraba cada vez peor. A pesar de eso me quedé dormida y tuve unas pesadillas horribles. Cuando me desperté mamá ya estaba a mi lado y yo no me había enterado de su llegada. Papá estaba hablando con ella explicándole cómo había pasado aquellas horas. Ya se que parece una tontería pero al verla me sentí mucho mejor.

-¿Qué te pasa cariño? -preguntó mamá poniendo su mano en mi frente.

-No lo sé, me duele la cabeza y tengo frío.

-Voy a ponerte el termómetro que me parece que tienes fiebre -dijo ella.

Entonces con mucho cuidado me levantó un brazo y en mi axila colocó el termómetro. La sensación fue como si me pusieran un hielo que provocó un escalofrío por todo mi cuerpo. Mamá me contó que había que esperar cinco minutos y para que no se me hiciesen demasiado largos, comenzó a contarme chistes que había oído en la peluquería. Así entre risas el tiempo pasó volando y llegó el momento de ver mi temperatura.

-¿Tengo fiebre mami? -pregunté impaciente.

-Sí cariño, tenemos que ir al médico. Voy a vestirte y nos vamos.

Mientras me levantaba del sofá, ella fue a buscar mi ropa y le pidió a papá que fuese a por el coche. Al regresar comenzó a abrigarme diciéndome que estuviese tranquila que seguramente no era nada. Pero yo estaba preocupada, no me gustaba ir al médico ¿Y si me pinchan? Eso me daba pánico.

Cuando llegamos al centro de salud nos mandaron pasar a una habitación que se llamaba “Sala de espera”. Al entrar pude ver que había más niños que también tenían cara de enfermos, supongo que era por eso que estaban allí, porque si estuviesen sanos estarían en su casa, digo yo. Creo que la fiebre me hizo delirar, mis razonamientos empezaron a parecerme absurdos.

En un lateral de la sala, había una puerta azul de la que salió una chica vestida de blanco con la que papá habló unos minutos para explicarle lo que me pasaba. Ella le indicó que esperásemos un ratito que enseguida me vería el doctor.

Casi media hora más tarde me hicieron pasar. No me gustaba nada aquel sitio porque olía raro. Una vez dentro de la consulta pude ver al médico. Éste era un hombre mayor, con la cara arrugada y el pelo totalmente blanco. Estaba sentado detrás de una mesa y a un lado había una camilla donde me pidió que me tumbase. Después de hacerle unas preguntas a mamá, se acercó a mí para examinarme.

-Vamos a ver qué le pasa a esta chica -dijo con una sonrisa.

-¿No eres un poco viejo para ser doctor? -pregunté de pronto.

Al escucharme, empezó a reír diciéndome que tenía razón y sin darle más importancia me indicó que respirase fuerte para oír mis pulmones. Después miró mis oídos, mi garganta y por último comprobó si tenía fiebre. Mientras lo hacía me dí cuenta que a mamá no le hizo ninguna gracia mi comentario, ya que se puso muy seria y me echó una mirada fulminante.

Al terminar volvió a sentarse en su mesa y comenzó a escribir lo que tenía que tomar. Entonces les explicó a mis padres que sufría una infección de garganta. Debía estar en cama y con el jarabe que me recetaba, en dos o tres días estaría mucho mejor.

-¿No tendré que ponerme inyecciones? -pregunté muy preocupada.

-No, tranquila, eso no será necesario -indicó con una sonrisa.

Durante el regreso a casa mamá no paró de darme mimos. Me dijo que no iría al colegio durante unos días y como papá no trabajaba, él se encargaría de cuidarme. Así podríamos leer cuentos, ver la tele y además no tendría que madrugar. En ese instante el coche paró en un semáforo y con una ligera sonrisa miré por la ventanilla. Empezaba a  gustarme estar enfermita.


2 comentarios:

  1. Yo tambien tenia miedo a las inyecciones. De niño estaba pendiente de si el medico decia jaraba o punchazo.Bonito diario

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  2. Un lindo diario y una página preciosa.
    Saludos!

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