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domingo, 4 de diciembre de 2011

Cuento en un día de lluvia

Hoy fue domingo, y para mí, siempre ha sido el mejor día de la semana porque no tengo que madrugar y mamá prepara un desayuno especial con croissant, pan tostado con mantequilla y chocolate caliente. Además de estas delicias, me encanta este día sobre todo porque papá suele llevarme por la mañana a por el pan, el periódico y casi siempre me compra algunas de mis chuches favoritas. También aprovechamos para dar un paseo por el parque y a la hora de comer regresamos a casa.   

Pero hoy no pudo ser porque estuvo lloviendo toda la mañana. Mamá no me dejó ir e insistió que me quedase en casa para evitar que pudiese mojarme y coger un resfriado. Yo creo que se preocupa demasiado, y cuando se le mete algo entre ceja y ceja ya no hay manera de convencerla.

Tenía esperanzas de que por la tarde saliese el sol, pero nada, siguió lloviendo. Miré por la ventana y lo único que se veían eran nubes grises que me desanimaban. Me aburría mortalmente, pero de repente algo cambió.

-Ven María, vamos hacer galletas -dijo mamá entrando en mi cuarto.

-¡Ah sí que bien! ¿Podemos hacerlas en forma de lunas y estrellas? -interrogué yo.

-Las haremos como tú quieras cielo -contestó ella.

Hacer galletas es algo que me gusta mucho. Mamá es una excelente cocinera y hace comidas y postres riquísimos. Yo de mayor también haré cosas ricas para mis hijos y les enseñaré todo lo que he aprendido de mi madre. Eso si los tengo, porque es algo que estoy meditando muy seriamente, sobre todo, después de oír a papá como decía: “Tal y cómo está todo en este país, acabaremos viviendo debajo de un puente”

Aunque yo no entiendo muy bien lo que significa “cómo está todo en este país”,  la idea de tener que criar niños debajo de un puente, la verdad, no me apetece nada. Mejor será que me concentre en las galletas y deje de pensar cosas raras. Así que me puse la bata de casa y las zapatillas y salí corriendo hacia la cocina.

Al llegar, mamá ya había puesto sobre la mesa todos los ingredientes para preparar la masa. Comenzó a mezclarlos mientras me explicaba cómo había que hacerlo. Luego me dejó amasar y me lo pasé en grande aplastándola con mis manos una y otra vez. Después empleó un rodillo para estirarla y me dio los moldes para hacer las formas. Hicimos lunas, estrellas, nubes y flores. Tenían una pinta tan estupenda que casi daban ganas de comerlas crudas. Después las metimos en el horno y tras veinte minutos ya estaban listas para saborearlas.

-¡Qué bien huele aquí! -exclamó papá al entrar en la cocina.

-Hemos preparado galletas -dije señalando la bandeja donde estaban colocadas.

-¿Puedo probarlas? -preguntó él.

-Espera un poco, prepararé un chocolate como en el desayuno y las tomaremos en el salón viendo una película ¿Qué os parece? -indicó mamá.

Su idea nos pareció estupenda, así que mientras ella lo hacía, papá y yo elegimos la película que veríamos. Nos decidimos por una de piratas que papá se encargó de poner en el dvd, al tiempo que yo colocaba un mantelito en la mesa del salón, donde situé la bandeja con las galletas. Al rato apareció mamá con el chocolate caliente y nos pusimos morados. Todo estaba riquísimo.

Al terminar la película, volví a mirar por la ventana. Estaba anocheciendo y ya no llovía. Fue en ese momento cuando pensé que no importaba el tiempo que hiciese fuera, lo verdaderamente importante era disfrutar de cada instante. Aquella tarde con mis padres, haciendo algo tan sencillo como unas galletas, fue una de las mejores que recuerdo. Y lo que empezó siendo un día gris, acabó convirtiéndose en un hermoso día de sol.

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