.

jueves, 14 de febrero de 2013

¡Feliz día de San Valentín!

Esta mañana cuando entré en la cocina me llevé una sorpresa. Me encontré a papá atareado preparando el desayuno. Normalmente era mamá la que lo hacía, por eso que verle a él allí, era algo insólito. Estaba tan animado que hasta canturreaba una melodía que no logré distinguir. Encima de la mesa tenía una bandeja donde había colocado: zumo de naranja, tostadas, mantequilla y mermelada. En el centro de la fuente había un pequeño jarrón de cristal con una preciosa rosa roja dentro. Entonces pensé que quizás algo había pasado entre mis padres, no sé. A lo mejor habían discutido, seguro que hizo algo que no debía, y ahora pretendería arreglarlo.

-¿Qué haces papi? ¿No me digas que mamá se enfadó contigo y estás intentando que te perdone? A eso se le llama hacer la pelota, ¿sabes? -le dije.

-No cariño, no es nada de eso -me dijo entre carcajadas-. No seas mal pensada nena, es que hoy es San Valentín, el día de los enamorados, y quiero sorprender a tu madre llevándole el desayuno a la cama.

-¡Oh, no me digas! ¡Qué detalle más bonito! Seguro que le encanta -le dije con una sonrisa.

Entonces agarró la bandeja que había preparado con tanto amor y se dirigió hacia su habitación. Nada más entrar, pude escuchar a mamá agradeciéndole muy contenta aquella agradable sorpresa. También les escuché felicitándose y diciéndose lo mucho que se querían. Me gustaba mucho ver a mis padres así de enamorados. La verdad es que siempre les había visto así. Ellos acostumbraban a demostrar lo mucho que se querían todos los días, no hacía falta que fuese especial para darse cuenta de cuánto se amaban.

-Vamos pequeñaja, espabílate que se hace tarde para ir al colegio -me habló de pronto mi hermano Pedro, sacándome así de mis pensamientos.

-¡Hala, qué tarde es! -dije corriendo hacia mi habitación para vestirme.

Rápidamente terminé de arreglarme para volver a la cocina a desayunar. Mientras papá me metía prisa porque con tantas historias era tardísimo. Estaba terminando de beber la leche cuando sonó el timbre. Era Clara que venía a buscarme acompañada de su tía. Mi papá y ella hablaron unos minutos, y finalmente, decidieron que me iría con ellas. Así papá podría quedarse en casa a disfrutar del día con mamá.

Nada más llegar al portal, y casi sin saludarnos, le conté a Clara el bonito detalle que tuvo mi padre con mi madre. Comenzamos a hablar, emocionadas, pensando en el día en que nosotras fuésemos mayores. La verdad es que a mi no me preocupaba mucho ese tema, pero a mi amiga le encantaba imaginar cómo sería ser mayor y tener novio. Casi sin darnos cuenta, llegamos al colegio. Nos despedimos de su tía y corriendo cruzamos el patio para dirigirnos a nuestra clase. Una vez dentro, nos aproximamos a un grupo de niños que charlaban animadamente. Entre ellos estaba Lucas, que nada más verme, me saludó y me pidió que le acompañase un momento que quería darme algo.

Entonces nos fuimos hacia una esquina de la clase. Una vez allí me entregó una postal de color rosa que tenía un precioso osito dibujado en la portada. Estaba sonriendo y llevaba entre sus manos un pequeño corazón de color rojo, y en el centro de este, ponía en inglés la palabra “LOVE” Durante unos segundos me quedé mirándola sin saber muy bien que decir. Comencé a pensar que aquella era una de esas postales de San Valentín ¡Ay dios mío! Con manos temblorosas, la abrí lentamente. Por dentro había dibujados muchos corazoncitos y en medio de ellos decía: “Para la chica más guapa de todas” “Feliz día”

-Estaba en la librería comprando unos bolis y la vi. No sé porqué, pero pensé en ti al verla y creí que te gustaría -me explicó ruborizado.

-Gracias Lucas, es muy bonita -contesté ligeramente nerviosa.

-Si te parece bien, podíamos quedar por la tarde en el parque e ir a patinar ¿te gustaría? -me preguntó.

-¡Si qué bien! ¿Yo también puedo ir? -dijo Clara apareciendo de repente.

-Pues claro que si -le contestó Lucas a regañadientes.

-¡Genial! Pues quedamos a las cinco en el parque -volvió a decir mi amiga, mientras me agarraba del brazo para que volviésemos a nuestro pupitre-. Te voy a decir una cosita, no pienso dejarte sola con ese, le veo un poco lanzadillo -me dijo al oído.

El resto de la mañana pasó sin darme cuenta. Me sentía un poco extraña por lo que había pasado, pero no quise pensarlo más. Cuando terminaron las clases salimos corriendo hacia el patio. Allí nos despedimos de Lucas hasta la tarde. Mientras Clara y yo quedábamos en que vendría a recogerme al terminar de comer. Ya solo deseaba que las horas pasaran lo más rápido posible ¿Pero porqué tenía tantas ganas de ir al parque? ¿Y porqué sentía aquella extraña sensación en el estómago? ¿Tal vez era hambre? Decidí no hacerme más preguntas y limitarme a disfrutar del día.

Finalmente fue una tarde estupenda y los tres lo pasamos muy bien. Patinando y comiendo chuches que Lucas nos había traído. En ningún momento Clara nos dejó solos, no sé muy bien qué le pasaba, pero su comportamiento era un poco extraño. A pesar de eso, nos divertimos mucho juntos y fue la primera vez que el día de San Valentín era distinto. Aunque había algo que seguía intrigándome, y era aquel cosquilleo que tenía en el estómago, el cual empeoraba cada vez que Lucas se me acercaba.

jueves, 7 de febrero de 2013

Los estudiantes nos ponemos en huelga

Esta semana fue un poco loca. Parecía que nadie estaba contento. Todos se quejaban y protestaban. Mi papá se pasaba el día enfadado contra el gobierno, algo que comenzaba a ser bastante habitual. Encima la malvada Señora Crisis le traía por la Calle de la Amargura, como acostumbraba a decir. Al escuchar aquel nombre tan curioso, empecé a preguntarme dónde estaría exactamente aquella calle, y si quedaría muy lejos de nuestra casa. Así que me puse a buscarla en un callejero, de esos que traen las páginas amarillas del teléfono…pero nada, no la encontré. Entonces pensé que tal vez estaría en otra ciudad, porque la verdad es que a mi no me sonaba nada. Pero tampoco quise preguntar, ya que era consciente de que había cosas más importantes por las que preocuparse que por saber donde estaría la dichosa Calle de la Amargura.

Amargura era la que empezábamos a vivir en mi colegio. Esa sí que era preocupante, ya que en mi escuela las cosas empeoraban cada día un poco más. Apenas teníamos calefacción, lo que nos obligaba a acudir a clases súper abrigados. Por eso, mi mamá se empeñaba en ponerme tanta ropa que a veces no tenía muy claro si me iba al Polo Norte o al colegio a estudiar. Aunque este no era el único problema que había, también nos faltaba material necesario para ciertas asignaturas, sobre todo deportivo, el cual nos impedía realizar las clases de gimnasia con normalidad.

Sin embargo, nuestros profesores intentaban arreglarse con los pocos recursos con los que contaban. Se esforzaban por darnos la mejor educación y muchos de ellos traían cosas de sus casas para intentar que las clases fuesen más amenas. Ayudados por la asociación de padres y madres, habían hecho un fondo común para poder comprar: tizas, borradores, cartulinas, etc. Pero la situación no era fácil y se notaba que cada día, estaban más desanimados.

A parte de todo esto, en el patio los alumnos de secundaria estaban cada vez más enfadados. No dejaban de refunfuñar y se quejaban de que ahora sería mucho más difícil seguir estudiando. Al parecer habían hecho una reforma que nos obligaba a estudiar más y sacar mejores notas si queríamos ir a la universidad.

Fue por este motivo que esta mañana los mayores se negaron a estudiar. Fueron por las clases y pidieron a los profesores permiso para convocar una reunión estudiantil y estos aceptaron. Entonces nos levantamos de nuestros pupitres y en fila nos dirigimos hacia el salón de actos del colegio. Una vez allí fuimos ocupando las butacas hasta que estuvimos todos sentados.

Aunque nosotros no entendíamos muy bien lo que estaba pasando, el simple hecho de no tener que ir a clases siempre era un motivo de alegría. Incluso alguno de mis compañeros pensaba que estábamos allí porque había una función de teatro ¿Pero cómo podían pensar semejantes tonterías? En ese momento entendí muchas cosas y no me extraña que el país vaya como va ¡Ay dios mío! Ya empiezo hablar como mi padre. Mientras yo seguía absorta en mis pensamientos, uno de los alumnos de la ESO salió al escenario. Cogió el micrófono y tras un leve carraspeo, empezó hablar muy serio.

-Compañeros y compañeras, todos sabéis los problemas que llevamos sufriendo en nuestro colegio desde el año pasado. Los recortes en educación nos están costando muy caros y nos impiden que podamos estudiar con normalidad. Así que hemos decidido convocar una huelga estudiantil. Ya que los mayores no hacen nada, lo haremos nosotros. No vamos a permitir que nos recorten nuestros derechos y tampoco dejaremos que jueguen con nuestro futuro. Así que a partir de esta tarde no asistiremos a clase, saldremos a la calle a protestar hasta que nos escuchen y nos garanticen una educación gratuita y digna.

Terminado su discurso, todos empezamos a gritar y a aplaudir en señal de apoyo a lo que acababa de decir. No era justo lo que estaba pasando y nosotros no teníamos la culpa. Tan solo éramos niños que lo único que queríamos era que nos dejasen estudiar, jugar y crecer felices. Con esta euforia salimos del salón de actos dispuestos a cambiar el mundo. Nosotros, al menos, intentaríamos mejorar el nuestro.

Así que nada más llegar a casa, se lo conté a mis padres, los cuales nos dieron a mi hermano Pedro y a mi todo su apoyo. Papá nos dijo que iría con nosotros adonde hiciese falta, y por supuesto, nos ayudaría a hacer las pancartas con las que saldríamos a protestar. Fue así como padres, profesores y alumnos salimos a la calle con nuestros carteles, decididos a que nos escuchasen aquellos que estaban jugando con nuestra educación.

Fue una tarde emocionante. Mi amiga Clara y yo fuimos juntas, acompañadas por mi papá y su tía. Estábamos tan emocionadas que nos sentíamos como chicas mayores. Aunque no tengo muy claro si esto servirá de algo o no, lo importante es que no nos conformaremos. Estoy segura que si luchamos juntos conseguiremos vencer todas las cosas injustas que quieren imponernos.

jueves, 31 de enero de 2013

Vivimos en un país de pandereta

Hacía varios meses que papá no se enfurecía por las noticias de la televisión. Empezaba a pensar que ya no había nada malo por lo que enfadarse, pero una vez más, me equivocaba. Este mediodía justo cuando estábamos terminando de comer, papá comenzó a refunfuñar en un idioma incomprensible. Todos nos quedamos en silencio intentando descifrar lo que decía, pero no había forma de entenderle.

-Cariño por dios pero ¿Qué te ocurre? Tranquilízate que te vas atragantar -señaló mamá ligeramente preocupada.

-Es que no hay derecho, lo que esta pasando no es normal. Vivimos en un país de pandereta -le contestó cada vez más irritado.

Durante un rato me quedé pensando cómo sería un país de pandereta, ¿tendría la forma de ese instrumento musical?, ¿o quizás sería un país donde la gente se dedicaba a tocar la pandereta todo el día? Pues si era así, parecía divertido. No entiendo por qué papá se enfadaba tanto, a mi no me importaría vivir en un sitio donde estuviésemos todo el día cantando y bailando. Aunque no tardé mucho en darme cuenta que no era más que una de esas expresiones de mayores, donde lo que decías nada tenía que ver con lo que significaba.

Mientras yo seguía absorta en mis pensamientos, mi papá seguía hablando sin parar cada vez más furioso. Tan rápido lo hacía que tan solo pude entender alguna que otra frase suelta, las cuales no tenían mucho sentido para mí. Así que decidí preguntarle para que me lo explicase. Pensaba que tal vez si me lo contaba se sentiría mejor, ya que algunas veces cuando hablamos con alguien de las cosas que nos hacen sentir mal, terminamos sintiéndonos bien.

-No te pongas así papá, seguro que no es para tanto -le dije con una sonrisa.

-Es para más nena. No es justo lo que está pasando, con tantas familias con necesidad, gente sin trabajo y que estos políticos se dediquen a repartir dinero en sobres…es una vergüenza -habló muy cabreado.

-No entiendo nada, pero eso debería ser una buena noticia ¿no? Si reparten dinero podríamos ir allí y que nos den un sobre de esos también a nosotros -dije muy segura.

Durante unos minutos mi papá se quedó mirándome con los ojos abiertos como platos, como si no pudiese creer lo que había dicho, pero ¿Qué había dicho? De pronto comenzó a reírse a carcajadas, las cuales terminaron por contagiar a mi mamá y a mi hermano Pedro. Empecé a sentir que se burlaban de mí, yo que intentaba animarle y al final acababa siendo el chiste del día. Me quedé esperando un rato a que terminaran de reírse a gusto para que me explicasen qué había dicho de gracioso.

-¡Ay cariño mío! Si no fuese por estos momentos que nos das, la vida sería mucho más triste -dijo papá entre risas.

-Me alegro que lo veas así papi, pero sigo sin entenderlo -contesté.

-Ya sé María que no es fácil de entender, pero esos sobres de dinero no los reparten con la gente, no son para ayudar a quienes lo necesitan. Son para que ellos se hagan más ricos a costa de los demás y eso no esta bien. Los políticos deberían ser responsables, pensar primero en los ciudadanos, buscar soluciones para que las cosas mejoren y todos podamos vivir dignamente. Pero no lo hacen cariño, la mayoría quieren esos puestos para vivir ellos bien sin preocuparse de nada más -me explicó muy serio.

-Menudo discurso le has soltado, no deberías decirle esas cosas. Es muy pequeña aún y debería preocuparse en estudiar y jugar y no en cosas de mayores -apuntó mamá regañándole.

-No le riñas mami, quiero que me lo cuente. Quiero saber lo que ocurre, yo también vivo en este país -le dije.

-Di que si nena. Esta es mi chica -indicó papá con una sonrisa.

Aunque no me quedó muy claro lo que me contó papá, le agradecía enormemente que siempre se molestase en explicármelo todo. Aquel tiempo que dedicaba a contarme como eran las cosas, tratándome como si ya no fuese una niña pequeña, me hacía sentir muy importante. Por eso, y por muchas otras cosas le quería tanto. Algún día, cuando sea mayor, intentaré cambiar todas las injusticias que pasen a mí alrededor, y este país nunca más volverá a llamarse de pandereta.

jueves, 3 de enero de 2013

Unas Navidades diferentes

Este año las navidades fueron un poco extrañas. Normalmente las pasábamos en el pueblo, en la granja de los abuelos. Pero esta vez no pudo ser, porque la abuelita se puso enferma y tuvieron que llevarla al hospital. Al principio yo me asusté mucho porque pensaba que tenía algo malo. No paraba de preguntarle a papá qué le ocurría a mi abuela, pero él siempre me decía que no había nada de que preocuparse, que era algo sin importancia.  No entiendo porque a los mayores les cuesta tanto decir la verdad, si era cierto que no pasaba nada ¿Por qué estaba en el hospital? ¿Por qué llevaban días con caras tristes? ¿Acaso creían que si no me lo contaban no me enteraría?

Como nadie contestaba mis preguntas, decidí interrogar a mi hermano Pedro a pesar de que no esperaba muchas respuestas por su parte, ya que él nunca se enteraba de nada. Pero esta vez me sorprendió y le agradecí mucho que me contase la verdad. Fue la primera vez que vi a mi hermano, preocupado por algo más que la ropa que se pondría, el peinado que llevaría o la música que más sonaba.

-La abuela tiene un tumor y tienen que operarla, aunque no es grave y seguramente se recuperará muy pronto -me explicó muy serio.

-¿Qué es un tumor? -pregunté sorprendida.

-Para que lo entiendas, te diré que es como un bulto que nace dentro del cuerpo y si no se quita te puede hacer daño -me contó.

-Ah entiendo, entonces una vez que se lo quiten se pondrá bien ¿verdad?

-Pues claro que sí María -me dijo mi hermano con una sonrisa que me tranquilizó mucho, ya que al fin, comenzaba a entender lo que pasaba.

Días después operaron a la abuela y todo salió estupendamente. Mis padres respiraron aliviados y nuestra casa recuperó el aire navideño que le faltaba. Una semana más tarde le daban el alta y por fin pudimos celebrar la navidad todos juntos. Me sentía feliz viendo la alegría de mi familia, y sobre todo me encantaba tener a los abuelos en casa. Desde que ellos estaban en casa, las cosas eran un poco diferentes. Por la mañana ayudaba a la abuela a vestirse, mientras mamá preparaba el desayuno para todos, y por las tardes salíamos a pasear porque el médico había dicho que eso era bueno para su recuperación.

Fue así como esta tarde salimos a dar una vuelta por la ciudad. Por la calle nos encontramos a Asun, una amiga de la abuela que iba con su nieta Aroa. La niña era casi de mi misma edad y mientras los mayores charlaban de sus cosas, nosotras no quedamos pasmadas mirando el escaparate de un comercio enorme de juguetes. Había montones de ellos: juegos, muñecas, coches teledirigidos, ositos de peluche…era increíble la cantidad de cosas que tenían allí.

-Oye mamá ¿crees que es aquí donde los Reyes Magos compran los juguetes? -pregunté muy seria.

-Pues no lo sé nena, pero creo que aquí es donde los niños pueden elegir lo que más les gusta para después pedírselo a ellos en las cartas -me explicó.

-Pero si estamos en crisis y no hay dinero ¿Cómo harán ellos para comprar todos los regalos de los niños? -pregunté muy seria.

Al escuchar mi pregunta, todos comenzaron a reírse a carcajadas. Bueno ya empezamos, a saber qué dije en ese momento…no sé que tuvo de raro mi pregunta. A mi y a Aroa nos pareció de lo más lógica, teniendo en cuenta que en el mundo vivimos millones de niños. Me intrigaba saber cómo harían ellos para comprar tantos regalos. Entonces la abuela me cogió por la mano y me pidió que me sentara con ella en un banco que había allí al lado.

-Mi pequeña María, los Reyes no necesitan comprar nada, tesoro, porque ellos son mágicos. Son los magos más poderosos del mundo, es por eso que saben qué niños se portan bien y cuales se portan mal -me contó con una dulce sonrisa.

-Entonces puedo pedir lo que quiera que me lo traerán ya que yo soy muy buena y me portó muy bien -le dije.

-Pues claro mi niña, tú pide las cosas que más desees. Pero recuerda que no debes ser avariciosa y tienes que pedir con sensatez.

-Vale abuela, así lo haré -dije mientras nos despedíamos de Asun y Aroa.

Una vez llegamos a casa, me fui derecha a mi habitación para escribir la carta a los Reyes Magos. Comencé saludándolos y deseándoles que estuviesen muy bien. A continuación empecé a poner los nombres de los juguetes que más me gustaban. Quería una muñeca Monster High, una Nintendo Ds y la casa de Peppa Pig. De todos ellos el que más ilusión me hacía era la muñeca. Mi amiga Clara y yo estábamos locas por ellas porque nos encantaban y eran monstruosamente preciosas.

Casi tenía mi carta terminada, cuando recordé todo lo que nos había pasado a mi familia y a mí en este último año. La pérdida de trabajo de papá, los apuros económicos que tenían para llegar al final del mes, la peluquería que había alquilado mamá y que funcionaba a duras penas, la imprevista enfermedad de la abuela…En ese momento me di cuenta que pedir juguetes era un poco egoísta por mi parte. Así que los taché y les pedí un trabajo para mi papá, clientas para la peluquería de mamá y salud para todos, sobre todo para mi queridísima abuela. Al fin y al cabo si ellos están bien yo me siento feliz y no necesito nada más. Solo espero que los Reyes escuchen mis peticiones y que me concedan lo que les he pedido que para eso fui muy buena todo el año.

P.D. De todas formas, si a pesar de todo decidís traerme la muñeca Monster High, quiero que sepáis que me haríais muy pero que muy feliz.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Tenemos chico nuevo en la clase

Esta mañana, Clara vino a recogerme a casa para ir juntas al colegio. Normalmente me acompaña mi papá. Pero hoy tenía que ir al médico, así que le pidió a la tía de Clara si podía ir con ellas. Por supuesto nosotras estábamos encantadas, ya que nos gustaba mucho estar juntas desde la primera hora del día. Si por mí fuera, papá podría ir al doctor todos los días.

Nada más terminar el desayuno, salí rápidamente por la puerta, ya que ellas ya me esperaban en el portal. Al llegar, las saludé con un “buenos días” para dirigirnos calle arriba hacía la escuela. Por el camino Clara y yo charlábamos animadamente de nuestras cosas, cuando de pronto ella me preguntó:

-Todavía falta un niño por incorporarse a nuestra clase ¿Cómo crees que será?

-Es verdad, no me acordaba. Pues no sé, pero que más da -respondí.

-Es curiosidad María, a lo mejor es un niño gracioso y nos reímos un montón en clase con él -me dijo.

-Me parece que lo que tú quieres saber es si es guapo, ¿verdad? -pregunté con ironía.

-¿Qué dices? No, no, a mí eso no me importa…bueno un poco sí -me confesó, finalmente en voz baja.

Al oírla, comencé a reírme a carcajadas. En un primer momento se quedó sorprendida ante mi reacción, pero unos segundos más tarde se unió a mí y ya no pudimos parar. Hasta su tía se contagió de nuestras risas ¡y eso que ella no sabía de qué se reía! Esto provocó que las tres nos riésemos todavía más, y con esta alegría, llegamos al colegio, nos despedimos de su tía y corriendo cruzamos el patio.

Nada más entrar en la clase se nos acercó Alicia, una de las niñas nuevas. Las tres nos habíamos hecho buenas amigas, sobre todo desde que nos contó lo mal que se sentía porque sus padres estaban separándose. Ellos mantenían una pequeña guerra para ganarse su cariño. La madre no quería que viese al padre e intentaba envenenarla en su contra. Ambos olvidaban que lo que realmente le importaba a Alicia era que los dos la quisieran tanto como ella les quería a ellos. Pero esta mañana, después de varias semanas de tristeza, por fin la notamos alegre.

-Buenos días chicas -nos saludó muy sonriente.

-Hola Alicia ¿Qué contenta estás? ¿Ha ocurrido algo? -preguntamos curiosas.

-Es cierto, estoy feliz. Mis padres han llegado a un acuerdo y podré ver a mi papá todos los fines de semana ¿a que es genial? -nos dijo emocionada.

-Como nos alegramos por ti -le dijimos al unísono mientras nos abrazábamos las tres.

-Gracias chicas, sois unas buenas amigas. Sobre todo tú María, porque lo que le dijiste a mi madre el otro día fue decisivo para que las cosas cambiarán -nos explicó visiblemente emocionada.

Con estas buenas noticias nos sentimos tan felices por ella, que no nos dimos cuenta de que la señorita Paula había entrado en el aula y llevaba un rato diciéndonos que nos sentásemos. Una vez en nuestros sitios, nuestra profesora nos comunicó que hoy se incorporaría el nuevo alumno que nos faltaba. Nos explicó que había estado enfermo y por eso que no había podido venir antes. Fue en ese momento cuando alguien llamó a la puerta de la clase.

-Adelante -indicó nuestra maestra mientras todos nos girábamos para ver quién era.

-Buenos días -dijo un niño asomando su cara y sonriendo con entusiasmo. En ese instante y desde mi pupitre, no logré verlo con claridad, pero cuando giró la cabeza hacia a la clase sentí que el corazón me daba un vuelco.

-Buenos días, pasa por favor -dijo la señorita Paula-. Niños os presento a Lucas, a partir de ahora será vuestro nuevo compañero.

No me lo podía creer...ni Clara tampoco. Este era el niño que habíamos conocido hacía unos meses y que nada más verlo me hacía sentir un extraño cosquilleo en el estómago. No sé qué me pasaba con él, era algo raro y que no lograba entender. Aunque lo peor de todo era lo mal que se llevaba con Clara. No sé muy bien por qué, pero cuanto más me gustaba a mí, menos le gustaba a ella ¡Ay pobre! Con la ilusión que le hacía el chico nuevo.

La señorita Paula lo acompañó a su pupitre y al pasar por mi lado, me hizo un guiño. En ese momento sentí como me ponía colorada. Las piernas comenzaron a temblarme y no sabía muy bien para dónde mirar. Lucas se sentó delante de mí, y una vez colocado se giró y me dijo: “creo que este curso va a ser uno de los mejores”

martes, 23 de octubre de 2012

El domingo por la tarde fuimos a votar

El domingo pasado no fue como los otros domingos. Normalmente, por las tardes solemos salir a pasear, miramos escaparates, me llevan al parque y terminamos tomando algo en la terraza de alguna cafetería. Pero esta vez papá dijo que haríamos algo diferente: iríamos a votar. Durante un rato me quedé pensando cómo querría hacerlo. Quizás ayudados por una cuerda o simplemente daríamos saltos por la calle. Sentía curiosidad por las repentinas ganas que le habían entrado a papá por saltar. Ya me imaginaba una maravillosa tarde de saltos en familia. Pero pronto me di cuenta, que el “votar” al que papá se refería no tenía nada que ver con la diversión que había imaginado.

Fue al terminar de comer cuando papá nos explicó que iríamos al colegio para votar ¿Cómo que al colegio? pregunté sorprendida. Entonces me contó que este domingo era día de elecciones y que la gente iba a las escuelas para elegir qué políticos nos gobernarían los próximos cuatro años, a eso le llamaban votar. ¡Qué desilusión! Y yo pensando en saltar toda la tarde y resulta que al final era una cosa de mayores ¡Menudo rollo!

Una vez llegamos al colegio, nos dirigimos hacia el polideportivo. Allí habían instalado unas mesas, en las cuales habían colocado unas cajas plásticas transparentes. En la parte de arriba tenían una ranura, y pensándolo bien, se parecían mucho a una hucha, pero más grande. Sin embargo no se utilizaban para guardar dinero, ya que según me explicó papá, por aquella ranura era por donde se introducía la papeleta con la que votabas. Ahora entiendo por qué estaban llenas de sobres, y yo que pensaba que la gente las había confundido con un buzón de correos…en fin. En la mesa principal estaba la señorita Paula, mi profesora. Al verla, corrí a saludarla.

-¡Hola María! ¿Tú también has venido a votar? -me preguntó con una sonrisa.

-Ya me gustaría, pero no me dejan. Dice mi papá que tengo que ser mayor para hacerlo -le contesté.

En ese momento unos ladridos nerviosos interrumpieron nuestra conversación. Me giré rápidamente, aunque ya sabía quién era. Por supuesto era mi amiguito Iker, el perrito de nuestro vecino Hugo, que iba acompañado de sus padres, ya que estos también habían ido a votar. El animalito al verme se puso a dar tirones a su correa, tantos, que casi tira a su dueño, lo que provocó algunas risas. Pero primero lo saludé a él y a sus padres, para finalmente acercarme al perrito, para acariciarlo. Este se puso muy contento, dando saltos, lametones y moviendo su rabito sin parar. Mientras le hacía mimitos comencé a escuchar como mi padre y el de Hugo hablaban de las elecciones y de lo importante que era votar. También se lamentaban porque la crisis estaba haciendo mucho daño a las familias, faltaba el trabajo y las cosas cada vez costaban más caras.

-¿Y por qué en vez de quejaros tanto no hacéis algo para que las cosas cambien? -pregunté de pronto.

-Bueno María, eso no es tan fácil. Pero mira venir a votar ya es una forma de intentar cambiarlas. Además esto nos da la oportunidad de elegir políticos que puedan mejorar la situación actual -contestó mi papá sorprendido ante mi inesperada pregunta.

-Pues que bien, así podrán destruir a la Señora Crisis y la gente volverá a tener trabajo y esas cosas -dije muy convencida.

-Esa es la idea, que entre todos podamos terminar con esta situación y las cosas comiencen a mejorar -habló el padre de Hugo.

-Entonces por qué los políticos que nos gobiernan no hacen lo posible para terminar con la Señora Crisis, al fin y al cabo ella es mala y nos afecta a todos -razoné.

-Sí nena, es mala, y precisamente eso tienen que hacer los políticos, terminar con ella. Además, está perjudicando sobre todo a los que menos tienen. Porque son los que al final terminan pagando las cosas que se hicieron mal, con subidas de impuestos, recortes, etc. ¿entiendes cariño? -me explicó.

La verdad es que entender, entendía, pero tan solo sus palabras. Porque lo que decía en ellas…pues no. Para mi las cosas eran mucho más sencillas. Si los que gobiernan lo hacen mal, pues se cambian y punto. Se eligen otros que lo hagan mejor y que miren por los derechos de las personas. Otros que consigan que mi papá y otros papas y mamas tengan trabajo para poder pagar sus facturas. Otros que no recorten en educación, sino que inviertan en ella para que los niños podamos tener más oportunidades cuando seamos mayores. Otros que nos ayuden cuando estemos enfermos con más médicos y mejores. Otros que sepan terminar con la Señora Crisis y todo el mal que la rodea. Otros que acaben con la pobreza y que repartan la riqueza entre todos.

Definitivamente no comprendo para qué sirven unas elecciones si las cosas no van a cambiar, si la gente no pelea por lo que quiere ¿Quién lo hará? El mundo de los mayores me parece absurdo, además de complicado. Solo espero que cuando yo sea mayor las cosas sean diferentes porque si no lo son, os aseguro que yo las cambiaré. No pienso quedarme quieta mientras se cometen injusticias.

martes, 16 de octubre de 2012

Quiero a mi papá igual que a mi mamá

Tan solo hace un mes que empezaron las clases y da la sensación de que el verano ya queda muy lejos. En estas primeras semanas en las que apenas tuvimos deberes, dedicamos la mayor parte del tiempo a contarnos nuestras vacaciones y a conocer a los nuevos compañeros. Este año teníamos cuatro alumnos nuevos, tres niñas y un niño. Este último aún no se incorporó, así que comenzamos conociendo a las niñas. Al principio estaban algo incómodas porque no conocían nada, pero poco a poco se han ido integrando con el resto de la clase. Bueno todas menos una, Alicia que así se llama y casualmente se sienta entre Clara y yo.

Alicia apenas hablaba con nadie, se pasaba callada todo el tiempo y con la mirada perdida. Era como si no estuviese allí, como si su cabeza volase a otro sitio. No sé pero me daba la impresión de que algo le preocupaba y la entristecía. A pesar de todos los esfuerzos de la señorita Paula, nuestra profesora, para que hablase y colaborase con el resto de la clase, todo parecía inútil. La niña apenas respondía con monosílabos para luego volver a meterse en su mundo particular.

Durante los recreos, las cosas no mejoraban mucho. Todos los días se ponía en una esquina del patio y no hablaba con nadie. Siempre llevaba una libretita rosa donde anotaba cosas. La verdad es que a mí empezaba a darme pena y me intrigaba, así que decidí que esto tenía que terminar. Hoy averiguaría qué le pasaba y justo cuando iba a decírselo a Clara esta reaccionó

-Es un poco rara esta niña ¿no te parece?

-Vaya que casualidad, ni que me leyeses el pensamiento -respondí sorprendida.

-¿Ah si? ¿No me digas que pensabas lo mismo? -me preguntó.

-Bueno, algo parecido. Creo que deberíamos hacernos sus amigas, pero no sé creo que algo le pasa -le dije.

-A lo mejor es que es muy tímida y le cuesta relacionarse. Pero tienes razón, hablemos con ella y a ver qué nos cuenta -dijo Clara.

Así fue como nos acercamos a ella y comenzamos saludándola. Al principio se quedo un poco sorprendida, pero nosotras seguimos hablándole como si nada. Nos presentamos otra vez, le contamos que éramos buenas amigas y que nos gustaría que ella también se uniese a nosotras. Hasta Clara, que no era muy partidaria de quedar con nadie que no fuese yo, la invitó a ir con nosotras al parque a patinar.

Aunque le costó un poco abrirse a nosotras, la verdad es que cuando lo hizo descubrimos que era una niña encantadora. Durante toda la semana pasada fuimos juntas al colegio, jugábamos en los recreos y lo pasábamos muy bien. Pero había algo que a mí seguía preocupándome, parecía como si ocultase algo, un secreto…no sé. El caso es que hoy decidí descubrirlo, ya que creo que tenemos la confianza suficiente para que pueda contarme lo que le pasa. Por eso cuando salimos al recreo, nos fuimos hacia una esquina y allí comencé mi interrogatorio

-Alicia quería preguntarte algo y me gustaría que me dijeses la verdad. Somos amigas y las amigas se ayudan, además puedes confiar en mí.

-Perdona María pero no te entiendo -contestó ella algo sorprendida.

-Sé que te pasa algo, te noto triste y me encantaría poder ayudarte, pero no puedo mientras no me lo cuentes -le dije.

-¡Vaya! No sabía que se me notaba tanto. Pero tienes razón, lo cierto es que tengo problemas en casa…mis padres se están separando -habló con voz triste.

-Lo siento Alicia, eso si que no me lo esperaba. Puedes contar conmigo y con Clara también para lo que necesites -concluí apenada.

Entonces nos contó que sus padres llevaban un año separados y que ella vivía con su madre. Durante este tiempo intentó llevarlo lo mejor posible, aunque era duro aceptar que no volverían a estar juntos. Pero las cosas empeoraron hace unos meses porque su madre no quiere que su padre la visite. No deja de hablarle mal de él y pone trabas cada vez que su papá va a buscarla. Ella lo pasa fatal porque adora a su padre y no entiende porque su mamá hace algo tan terrible.

-Pero eso es horrible, yo me muero si dejo de ver a mi papá. No puedo comprender porque tu mamá hace eso -le expliqué.

-Yo tampoco lo entiendo, pero a mi me hace daño y aunque intenté explicárselo, ella no me escucha.

Durante un rato nos quedamos calladas sin saber muy bien qué decir. Intenté imaginarme cómo sería mi vida sin mi papá, y solo de pensarlo, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Tenía que hacer algo, no podía mirar para otro lado, eso no iba conmigo. Así que cuando salimos de clase, bajamos juntas hacia el patio donde nos esperaban nuestros padres. También estaba la madre de Alicia, y nada más verla, me dirigí hacia ella sin pensar muy bien lo que estaba haciendo.

-¿Eres la mamá de Alicia verdad? -le pregunté.

-Sí, yo soy -me contestó.

-Encantada de conocerla, yo soy María y su hija y yo vamos juntas en la misma clase -le conté.

-Ah, muy bien. Pues un placer conocerte, me alegro de que Alicia vaya haciendo amigas -respondió con una sonrisa.

-Parece usted muy simpática, no entiendo como siendo así puede hacerle esto a su hija -le dije de pronto.

-¿Perdona? No te entiendo -señaló sorprendida.

Entonces le expliqué lo injusto que me parecía que privase a Alicia de la compañía de su padre. No sé qué razones tan terribles podría tener para hacer eso.  Ella los necesita a los dos. Bastante difícil era aceptar que sus padres ya no se querían, para encima tener que perder a uno de ellos. Le pregunté cómo se sentiría ella si le prohibiesen ver a su hija. También le dije que estaba mal lo que hacia y eso no era de buenas personas.

Durante un rato se quedó mirándome como si no pudiese creer lo que escuchaba. Agarró a Alicia de la mano y se fue sin decir palabra. Mientras mi papá que había sido testigo de todo lo que dije, se acercó y me dio un abrazo. No sé si habrá servido de algo, pero al menos creo que alguien tenía que decírselo.