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lunes, 5 de marzo de 2012

A la Señora Lola le dio un ataque al corazón

Hoy al mediodía, cuando mamá llegó para comer, estaba muy nerviosa y preocupada. El motivo fue que la Señora Lola, la dueña de la peluquería en la que trabajaba, se había encontrado mal. No sabía muy bien que le había pasado. Al parecer se desmayó cuando estaba peinando a una de sus clientas y todas se asustaron mucho. Tuvieron que llamar a una ambulancia que decidió trasladarla al hospital, para poder examinarla mejor.

A pesar de que mamá no podía hacer nada, ella se sentía fatal. Apreciaba mucho a la Señora Lola porque llevaba muchos años trabajando con ella y siempre la había tratado muy bien, casi como de la familia. Papá intentó animarla diciéndole que seguramente no sería nada. También le dijo que debía comer algo y después irían a verla para saber cómo estaba. Aunque ella agradeció mucho su apoyo, no fue capaz de tragar bocado.

Decidieron esperar a que yo volviese del colegio para ir a visitarla. Cuando llegamos, papá preguntó en recepción por ella y le dijeron que estaba en una sala esperando por el resultado de unas pruebas.

-¿Podemos verla? -preguntó mamá.

-Esperen ahí en la salita que ahora les aviso -contestó la recepcionista.

Nos dirigimos hacia la sala de espera y allí nos encontramos con el marido de la Señora Lola, que estaba sentado con cara de preocupación. Al verlo, mamá se dirigió hacia él para darle todo su apoyo y preguntarle si sabía algo. Él agradeció mucho que estuviésemos allí en aquellos momentos, pero los médicos le habían dicho que era un infarto y que su situación era delicada. Al escucharlo, mamá se puso a llorar y yo me quedé sorprendida porque no comprendía nada.

-¿Se va a morir la Señora Lola? -pregunté a papá en voz baja.

-No cariño, tenemos que ser positivos y pensar que se va a recuperar -me contestó.

-¿Qué es un infarto? -volví a preguntar.

-Es un fallo en el corazón, significa que durante un rato deja de latir -me explicó.

Era la primera vez que escuchaba algo así, no sabía que el corazón podía pararse y arrancar de nuevo como si fuese el motor de un coche. Siempre pensé que si este dejaba de funcionar te morías, pero parece que no. Entonces,  mientras yo seguía absorta en mis cavilaciones, llegó el médico que la atendía.

-En este momento ha pasado el peligro. Se encuentra estable, dentro de la gravedad -dijo el doctor.

-¿Puede recibir visitas? -preguntó mamá.

-Sí, pero solo dos personas que no conviene excitarla -respondió.

Entonces entraron su marido y mi mamá, mientras papá y yo salimos afuera para esperarles. La visita tan solo duró diez minutos y cuando mamá salió estaba con los ojos llorosos. No me gustaba nada verla así y no sabía muy bien qué hacer para que se sintiese mejor, así que decidí abrazarla sin más. Yo pensé que con eso conseguiría que estuviese bien, pero para mi asombro lo único que conseguí es que rompiese a llorar. A veces es difícil saber cómo actuar con los mayores.

Pasados unos minutos, mamá se recompuso. Se dirigió hacía el marido de la Señora Lola para pedirle que la tuviese al corriente de su evolución y que mañana volvería a visitarla. También le dijo que cualquier cosa que necesitase no dudase en pedírsela. El pobre hombre se emocionó al escuchar sus palabras y les agradeció a mis padres lo amables y cariñosos que estaban siendo con él en aquellos momentos.

De regreso a casa mamá le contó a papá que no había visto muy bien a la Señora Lola. Estaba con respiración artificial y sedada para que no sufriese. De todas formas los médicos parecían optimistas y creían que se recuperaría aunque su vida tendría que ser diferente. Probablemente tendría que dejar de trabajar y tomarse las cosas con tranquilidad.

-¿Vas a perder tu trabajo mamá? -pregunte de pronto, interrumpiéndoles su conversación.

-Lo importante ahora es que ella se ponga bien, lo del trabajo ya veremos qué ocurre -me contestó.

No quise preguntar nada más, pero me quedé muy preocupada. Primero papá había perdido su trabajo por culpa de la malvada Señora Crisis y ahora mamá veía peligrar el suyo. ¿Cómo íbamos a vivir entonces? ¿Por qué parecía no preocuparle? Yo que pensaba que lo peor era lo de papá y ahora me daba cuenta de que las cosas podían ponerse aún más difíciles.

jueves, 1 de marzo de 2012

Hoy protestamos por los recortes en educación

Llevamos toda la semana muriéndonos de frío en el colegio. El motivo no es que hayan bajado mucho más las temperaturas sino que la verdadera razón es que nos han cortado la calefacción. Por eso ahora en vez de decir “vamos a clases” decimos “vamos a la nevera” que viene a ser lo mismo. Hartos de esta situación, esta mañana nuestros padres decidieron reunirse con la dirección del colegio para protestar. Pero tanto el director como los profesores les explicaron que no era culpa suya.

¿Adivináis quién es la culpable? Pues nada más y nada menos que mí “querida amiga” la malvada Señora Crisis. Empiezo a estar harta de ella, siempre está metida por medio de todos mis problemas. Estoy segura que el día menos pensado volveré a estar enferma y cuando vaya al médico en vez de un virus tendré una bacteria llamada Señora Crisis.

En la reunión, el director les explicó que la falta de calefacción en las clases era debido a que el gobierno había hecho recortes en educación. Esto significa que les han quitado parte del dinero destinado para nuestro colegio y por eso no pueden hacer frente a este gasto. Y yo que pensaba que cuando decían la palabra recortes se referían a los recortables de papel que hacíamos en clase de plástica ¡Qué ingenua soy!

-¿A dónde vamos a llegar? -dijo papá indignado.

-En estas condiciones los niños no pueden estar, acabarán por ponerse enfermos -comentaba la tía de Clara.

-¿Y no podemos hacer nada? -preguntó mamá.

-En este momento no. Hemos enviado una carta al ministerio explicándoles la situación, pero aún no tenemos respuesta. Lo único que puedo recomendarles es que abriguen bien a sus hijos. Además algunos profesores han traído mantas de sus casas para los niños más pequeños. También intentaré comprar algunas estufas pero necesito la colaboración de todos -respondió el director.

-Esto es el colmo, encima tendremos que cargar nosotros con el gasto de calentar a nuestros hijos -gritaba papá cada vez más enfadado.

-Siento no poder dar otra solución, pero a nosotros también nos afecta y nos duele no poder ofrecer a los niños las mejores condiciones en su educación -explicó el director apenado.

Mientras esto sucedía en la sala de reuniones, los alumnos de secundaria decidieron que todos debíamos protestar y reclamar nuestros derechos. Comenzaron a recorrer las clases, una a una, explicándonos que haríamos una sentada en el patio del colegio y no volveríamos a nuestras aulas hasta que la situación se arreglase.

-¿Qué es una sentada? -me preguntó Clara al escucharlos.

-No sé, supongo que será que ponemos a una niña sentada en el patio, digo yo.

Pero al final no era eso. Al parecer consistía en que todos lo alumnos nos sentaríamos en el patio en señal de protesta. Debo decir que casi prefería que fuese lo que yo pensaba, así no tendría que sentarme en el pavimento congelado. En fin, todo sea por la causa.

Sin perder más tiempo todos nos dirigimos hacía el patio y nos sentamos. Pero éramos tantos que no cabíamos, así que abrimos las puertas y nos fuimos sentando en las aceras y parte de la calle. Los mayores habían echo pancartas que decían:

“NO A LOS RECORTES EN EDUCACIÓN”

“LOS NIÑOS NO TENEMOS CULPA DE LA CRISIS

“POR UNA EDUCACIÓN DIGNA”

Cuando nuestros padres terminaron la reunión y nos vieron allí, decidieron apoyarnos y colocarse a nuestro lado. A ellos se unieron los profesores y algunas personas que pasaban por la calle. Tan solo llevábamos una hora con la protesta, cuando apareció la policía diciéndonos que no podíamos estar allí y que debíamos abandonar la sentada.

-De aquí no nos movemos hasta que nos den soluciones -dijo papá muy serio.

-Pues si no lo hacen les obligaremos por la fuerza -contestó uno de los policías.

-¿Nos van a detener papá? -interrogué muy nerviosa.

-Tranquila cariño que no nos va a pasar nada -respondió él.

Pero yo no estaba tan segura y la verdad es que me sentía un poco asustada. Siempre pensé que el trabajo de la policía era proteger a la gente y no entendía porqué actuaban así. ¿Acaso ellos no eran padres también? ¿Es qué a ellos la crisis no les afectaba? ¿Cómo podían amenazar a unos niños? Nosotros no queríamos problemas, solo deseábamos poder estudiar con normalidad ¿Qué había de malo en eso?

Ante la agresividad que comenzaron a demostrar los policías, acabamos despejando la calle, sobre todo porque nuestros padres no querían que nos hicieran daño. Pero esto no termina aquí, seguiremos protestando hasta que alguien nos escuche. La malvada Señora Crisis no podrá con nosotros, no la dejaremos. Va lista si piensa que nos vamos a callar.

lunes, 6 de febrero de 2012

El árbitro fue el mejor en el partido de fútbol

El fútbol siempre me había parecido un deporte muy aburrido. No comprendía toda la expectación que se creaba alrededor de un partido y como la gente se volvía loca cuando su equipo marcaba un gol. A mi papá le encantaba y era capaz de pasarse los fines de semana viendo todo lo que daban en televisión sobre fútbol. No solo miraba los partidos de su equipo favorito, sino que además veía todos los reportajes que hacían sobre los demás.

Esta afición de papá era algo que a mamá no le hacía ni pizca de gracia. Sobre todo cuando llegaba el domingo y ella se empeñaba en que saliésemos todos juntos a dar una vuelta por la ciudad. En ese momento se montaban unos auténticos dramas, porque a papá no había forma humanamente posible de moverlo de su sofá. Eso provocaba enfados entre ellos y que muchas veces acabásemos saliendo nosotras solas a pasear.

Pero este mediodía cuando papá llegó a casa anunciando que tenía una sorpresa para esta tarde, mamá se puso muy contenta pensando que por fin sería un domingo normal y sin fútbol. ¡Pobre mamá que equivocada estaba!

-Mirad lo que me acaban de regalar -dijo papá entusiasmado-. Son cuatro entradas para el partido de hoy por la tarde.

-¿Entradas de qué? -preguntó mamá ligeramente mosqueada.

-De que van a ser mujer, de fútbol. Me las ha regalado el de la cafetería y como siempre te estás quejando de que no hacemos nada los domingos, pues he pensado que sería una forma divertida de salir y pasar un buen rato -explicó papá muy convencido.

-Bueno lo que me faltaba por oír, encima voy a tener que agradecerte el detalle -dijo mamá en tono irónico.

-Venga mamá, no te pongas así. Seguro que papá lo ha hecho con buena intención -indiqué intentando poner un poco de paz.

-Sí, sí, estoy segura de ello. Pero está bien, iremos. Por lo menos saldremos a que nos dé el aire -concluyó mamá con una leve sonrisa.

Papá se puso tan contento que comenzó a abrazarla y besarla, mientras ella hacía como si se resistiese. Me gustaba mucho ver a mis padres así y aunque no me apetecía pasar la tarde viendo fútbol, decidí en aquella ocasión apoyar a papá ya que él también hacía muchas cosas por mí.

Cuando parecía que todo estaba decidido, surgió un pequeño inconveniente. Mi hermano nos dijo que él no podría ir ya que había quedado con un compañero para terminar un trabajo de ciencias. Fue en ese momento cuando a mamá se le ocurrió una fantástica idea. Decidió llamar a los padres de Clara para que la dejasen venir con nosotros y así podríamos pasar la tarde juntas.

Una hora antes de que empezase el partido fuimos a recogerla y, a continuación, nos dirigimos hacia el estadio. Durante el camino no parábamos de hablar de lo contentas que estábamos por este día inesperado, pero mamá nos hizo callar para recordarnos las normas y reglas que teníamos que seguir: “siempre juntas”, “no os separéis”, “poneos donde pueda veros” ¡Qué pesada era! Aunque entendimos perfectamente su preocupación, ya que nada más llegar nos dimos cuenta de que aquello estaba abarrotado de gente y era bastante fácil perderse entre la multitud.

En los alrededores del estadio había puestos de ropa: camisetas, bufandas y gorros con las insignias de los equipos de fútbol. Pero a Clara y a mí, lo que más nos llamó la atención fue el puesto de perritos calientes y como auténticas flechas nos dirigimos hacia él. Entonces papá, al ver que se nos caía la baba mirándolos, nos compró uno para cada una y de postre un par de bolsas de pipas. ¡Aquello sí que era una merienda guay!

Después de guardar nuestra comida en una bolsa, papá comenzó a meternos prisa ya que faltaba poco para que se iniciara el partido. Una vez dentro, ocupamos nuestros asientos, mientras los jugadores comenzaban a calentar. Aunque no sé muy bien lo que calentaban, ni con qué lo hacían, porque allí no se veía ningún fuego.

En las gradas la gente cantaba y coreaba el nombre de sus equipos. Todos parecían muy contentos. Entonces salió un señor vestido de negro que según papá era el árbitro, y unos minutos después, éste hizo sonar su silbato y se inició el partido. Como Clara y yo no nos enterábamos de mucho, comenzamos a saborear nuestra merienda especial y justo cuando estábamos terminando, nuestro equipo marcó el primer gol. Además de quedarnos sordas, yo me atraganté con el tremendo susto que llevé al escuchar el descomunal griterío que se formó. Aunque la alegría les duró poco, ya que el otro equipo empató rápidamente. De nuevo la gente gritó, pero esta vez unas cosas muy raras:

-¡Árbitro! ¡Eso es fuera de juego!

-¿Fuera de juego? Pues yo no he visto que saliese del campo ¿Tú has visto algo? -pregunté a Clara.

-No sé, la verdad es que yo tampoco lo vi salir -contestó ella tan desconcertada como yo.

-No niñas, no significa que salga del campo. Solo es una regla de fútbol que ocurre cuando en el momento del pase, entre el delantero y el portero contrario no hay ningún defensa -explicó papá.

Aunque agradecimos su explicación, la verdad es que nos quedamos igual, sin entender nada. Pero asentimos con la cabeza como si lo hubiésemos comprendido perfectamente. Por fin llegó el descanso, que aprovechamos para ir al baño y comprar unas botellas de agua ya que con tantas pipas estábamos muertas de sed.

En el segundo tiempo todo continuó igual, exceptuando que la gente seguía diciéndole cosas raras al pobrecito del árbitro. Le llamaban “cucaracha”, que supongo que sería por qué iba vestido de negro. También se escucharon otras cosas peores, que no pienso escribir. Incluso algunos le culpaban por el resultado del partido que terminó en empate. Pero a Clara y a mí no nos pareció justo cómo le trataron, así que decidimos aplaudirle y animarle porque para nosotras había sido el mejor de todos. No le pegó patadas a nadie, ni dio empujones a los jugadores, lo único que no me gustó es que cada vez que se enfadaba mostraba unas tarjetas de colores. Casi siempre eran amarillas, pero también enseñó una roja provocando las iras del público. Parecía más un semáforo que una persona. De todas formas había que comprenderle, al pobre no le dejaban tocar el balón. Lo único que podía hacer era pitar y enseñar tarjetas.

viernes, 27 de enero de 2012

Aprendiendo a patinar con Clara

A pesar de que estamos en invierno, esta tarde hizo un sol espléndido y casi no hacía frío. Por eso papá nos propuso, a Clara y a mí, ir a patinar al salir del colegio ¡Por fin estrenaría mis patines! Aunque me daba un poco de miedo sobre todo caerme y hacerme daño. Pero Clara me tranquilizó diciéndome que no había nada que temer y que ella me enseñaría.

Cuando terminaron las clases, papá nos estaba esperando en el patio con unos riquísimos bocadillos de jamón que mamá nos había preparado. Nos dio uno a cada una y nos explicó que primero iríamos a casa para hacer los deberes y después nos llevaría a patinar. Por el camino dimos buena cuenta de nuestra merienda y al llegar a casa nos pusimos rápidamente a hacer nuestras tareas. Nada más terminarlas recogimos los libros y salimos hacia el parque.

Una vez allí nos sentamos en uno de los bancos para colocarnos los patines. Papá me ayudó a atarme los cordones asegurándolos bien para que no se me soltasen. Mientras Clara, que ya se había puesto los suyos, salió a dar una vuelta para probarlos. Cuando regresó yo ya estaba preparada… pero incapaz de incorporarme… asustada.

-Vamos María no seas miedica, coge mi mano y levántate despacio -indicó Clara.

-¡No puedo! -exclamé nerviosa.

-Venga te cogeremos entre los dos, cada uno por un brazo y ya verás que no pasa nada -explicó papá.

Entonces ayudada por ellos me levanté temblorosa y tambaleándome de un lado a otro. Papá me agarró fuerte y Clara comenzó a darme instrucciones de cómo tenía que deslizarme. Debía mover primero el pie derecho y luego el izquierdo, hasta que poco a poco fuese cogiendo confianza para poder dar mis primeros pasos con los patines. Pero yo me sentía cada vez menos segura y tenía la impresión que de un momento a otro acabaría tirada por el suelo.

A pesar de mis miedos, intenté esforzarme por hacer todo lo que me decían. Muy despacio comencé a patinar… bueno, si a eso podíamos llamarle patinar. Entonces pude observar a otros niños que lo hacían con total naturalidad, como si fuese lo más fácil del mundo. Incluso algunos se atrevían con piruetas y competían a ver quien iba más rápido. Estaba segura de que yo jamás lograría hacerlo como ellos ¡Qué patosa me sentía!

De pronto, papá y Clara me soltaron y me dejaron sola ante el peligro. Instintivamente hice auténticos malabarismos para no caerme, moviendo mis brazos como si fuera a volar. Fui deslizándome lentamente, intentando acercarme a una de las fuentes del parque mientras gritaba histérica:

-¡Me voy a caer! Por favor cogerme otra vez.

-No te caes, tranquila, continúa que casi llegas -dijo papá intentando calmarme.

-¡Muy bien María! Lo estás haciendo de maravilla, venga no te detengas -me animaba Clara.

-Tenéis suerte de que no pueda correr, porque si os pillo ahora no se qué os hago -les dije a los dos intentando mantener el equilibrio.

Todavía no sé muy bien cómo lo hice, pero conseguí llegar a la fuente y una vez allí me aferré a ella con todas mis fuerzas. A pesar del miedo que sentía, tengo que reconocer que me gustaba la sensación de deslizarme. Así que volví a intentarlo y salí hacia donde estaba Clara. Cada vez me sentía más segura y poco a poco fui soltándome.

-¡Mira papá ya patino! -exclamé emocionada.

-No lo haces mal, pero tampoco es para tanto -dijo una voz detrás de mí.

Al darme la vuelta, un niño rubito que también llevaba patines me miraba sonriendo. Al verlo sentí algo raro, como si me diese vergüenza o algo así. En ese momento intenté dar un paso hacia él. Eso hizo que perdiese el equilibrio y justo cuando estaba a punto de caerme, él me sujetó evitando que terminase en el suelo.

-Gracias… por ayudarme -conseguí balbucear, al tiempo que un extraño calor se apoderaba de mi cara-. Me llamo María ¿Y tú? -pregunté finalmente.

-Yo soy Lucas y creo que tienes que practicar un poco más. Si quieres yo puedo enseñarte -indicó otra vez con aquella sonrisa que me hacia sentir tan rara.

-Eres muy amable pero ya la estoy enseñando yo -dijo Clara ligeramente molesta acercándose a nosotros

-Como quieras, os dejaré para que sigáis practicando. De todas formas yo vengo todos los días a patinar, por si quieres saberlo -dijo alejándose de nosotras.

Durante un rato me quedé embobada mirando como se marchaba. Nunca me había pasado nada parecido con un niño. Siempre los había visto como algo tontos y pesaditos. Pero aquél tenía algo distinto, o eso me pareció a mí. Hasta tenía ganas de regresar al parque para volver a verlo ¿Pero qué me esta pasando? ¿Por qué siento este cosquilleo en la tripa? ¿Será que me estoy poniendo enferma otra vez?

lunes, 23 de enero de 2012

De compras en el Centro Comercial

Los fines de semana por la tarde, acostumbramos a ir al centro comercial para hacer la compra. Mamá siempre insiste en que debemos acompañarla para que nos demos cuenta  lo que gastamos y así también aprendamos a ahorrar. A mi me gusta mucho ir al centro comercial, porque hay un montón de cosas y casi siempre me acaban comprando algo.

Éste sábado antes de salir, mamá revisó todo lo que nos hacía falta, y como siempre, nos dijo que no compraríamos nada que no estuviera en la lista de la compra. Pero eso suele ser una verdad a medias. Casi siempre acabamos adquiriendo alguna cosa que no necesitamos, aunque lo que yo no sabía, es que esta vez mamá lo decía muy en serio.

Una vez en el centro comercial, lo primero que hicimos fue entrar al supermercado donde están todas las cosas de comer. Es la parte que menos me gusta. A mi me da igual lo que compre de comida… siempre y cuando no sean lentejas, claro.

Mamá comenzó comparando precios y eligiendo las cosas más baratas, mientras me explicaba que esa era la forma de ahorrar. Yo la miraba extrañada. Hoy se fijó, más que nunca, en lo que costaban las cosas y no entendía muy bien, por qué de pronto le había dado por ahorrar tanto.

Al terminar de comprar todas las cosas que había apuntado en la lista, nos dirigimos a la caja, que es donde se paga. Una vez allí descubrí algo fantástico. En un lateral de la caja había unos bolígrafos de Barbie preciosos. Eran de color rosa, con la Barbie bailarina dibujada y con un cordón para colgarlo del mismo tono.

-Mami ¡Cómprame este! Mira que bonito -dije entusiasmada cogiendo uno entre mis manos.

-Lo siento María, pero no podemos gastar más por hoy -contestó muy seria. -Y haz el favor de dejar eso en su sitio.

-Vaaaa mamá… Por favor -insistí suplicando.

-¡Basta nena! Ya te he dicho que no -respondió algo molesta.

-Pero ¿Por qué no? ¿Acaso somos pobres y por eso no me lo compras? -pregunté insolente.

Entonces, papá me cogió de la mano y me llevó fuera del supermercado, mientras yo me resistía muy enfadada. No me parecía justo. Ellos compraban lo que querían y yo no podía tener un bolígrafo de la Barbie.

-Escucha María, tú sabes que yo ahora no tengo trabajo y tenemos que apretarnos el cinturón -explicó papá intentando tranquilizarme.

-¿Qué cinturón hay que apretar? ¿El del pantalón? -pregunté sorprendida.
-No cariño, es una forma de hablar. Quiero decir que ahora no podemos gastar como cuando yo trabajaba. Ya sabes que tenemos que pagar la casa, la comida y todas esas cosas que necesitamos para el día a día. No podemos gastar dinero en caprichos y a ti no te hace falta ese bolígrafo ¿Entiendes María?

-Vamos, que somos pobres -repliqué enfadada.

-No se trata de ser pobres cielo, se trata de que la situación ha cambiado y tenemos que prescindir de ciertas cosas que no son necesarias. Tienes que entender que si no ahorramos podemos pasarlo mal. Y no queremos que, ni a ti, ni a tu hermano, os falte nada -sentenció papá.

No me hacía ninguna gracia quedarme sin el bolígrafo. Pero entendí que me estaba comportando como una niña caprichosa. Acepté, a regañadientes, lo que papá me explicaba aunque no me hacía mucha gracia tener que admitir la nueva situación. Además me prometí que a partir de ahora ayudaría a mis padres y no me dejaría cegar por las cosas que en el fondo no me hacen falta. Bueno, esto último lo intentaré…

viernes, 13 de enero de 2012

Estoy enferma pero el médico no me pinchó

Esta tarde cuando terminaron las clases no me encontraba muy bien. Ya hacía rato que  había comenzado a dolerme la cabeza y estaba deseando irme a casa. Incluso la señorita Paula se dio cuenta de que estaba malita y se ofreció para acompañarme hasta el patio, donde me esperaba papá. Al llegar, ella le explicó lo que me pasaba y le recomendó que me acostase a ver si así mejoraba.

Cuando llegamos a casa, papá me ayudó a desvestirme y puso una mantita en el sofá para que me tumbase allí. Comenzó a ofrecerme algo de comer, pero yo no quería nada, sólo que mamá llegase pronto de trabajar. No es que papá no me cuidase bien, pero las mamas entienden más de estas cosas y estaba segura de qué ella sabría mucho mejor que hacer.

A medida que avanzaba la tarde, me encontraba cada vez peor. A pesar de eso me quedé dormida y tuve unas pesadillas horribles. Cuando me desperté mamá ya estaba a mi lado y yo no me había enterado de su llegada. Papá estaba hablando con ella explicándole cómo había pasado aquellas horas. Ya se que parece una tontería pero al verla me sentí mucho mejor.

-¿Qué te pasa cariño? -preguntó mamá poniendo su mano en mi frente.

-No lo sé, me duele la cabeza y tengo frío.

-Voy a ponerte el termómetro que me parece que tienes fiebre -dijo ella.

Entonces con mucho cuidado me levantó un brazo y en mi axila colocó el termómetro. La sensación fue como si me pusieran un hielo que provocó un escalofrío por todo mi cuerpo. Mamá me contó que había que esperar cinco minutos y para que no se me hiciesen demasiado largos, comenzó a contarme chistes que había oído en la peluquería. Así entre risas el tiempo pasó volando y llegó el momento de ver mi temperatura.

-¿Tengo fiebre mami? -pregunté impaciente.

-Sí cariño, tenemos que ir al médico. Voy a vestirte y nos vamos.

Mientras me levantaba del sofá, ella fue a buscar mi ropa y le pidió a papá que fuese a por el coche. Al regresar comenzó a abrigarme diciéndome que estuviese tranquila que seguramente no era nada. Pero yo estaba preocupada, no me gustaba ir al médico ¿Y si me pinchan? Eso me daba pánico.

Cuando llegamos al centro de salud nos mandaron pasar a una habitación que se llamaba “Sala de espera”. Al entrar pude ver que había más niños que también tenían cara de enfermos, supongo que era por eso que estaban allí, porque si estuviesen sanos estarían en su casa, digo yo. Creo que la fiebre me hizo delirar, mis razonamientos empezaron a parecerme absurdos.

En un lateral de la sala, había una puerta azul de la que salió una chica vestida de blanco con la que papá habló unos minutos para explicarle lo que me pasaba. Ella le indicó que esperásemos un ratito que enseguida me vería el doctor.

Casi media hora más tarde me hicieron pasar. No me gustaba nada aquel sitio porque olía raro. Una vez dentro de la consulta pude ver al médico. Éste era un hombre mayor, con la cara arrugada y el pelo totalmente blanco. Estaba sentado detrás de una mesa y a un lado había una camilla donde me pidió que me tumbase. Después de hacerle unas preguntas a mamá, se acercó a mí para examinarme.

-Vamos a ver qué le pasa a esta chica -dijo con una sonrisa.

-¿No eres un poco viejo para ser doctor? -pregunté de pronto.

Al escucharme, empezó a reír diciéndome que tenía razón y sin darle más importancia me indicó que respirase fuerte para oír mis pulmones. Después miró mis oídos, mi garganta y por último comprobó si tenía fiebre. Mientras lo hacía me dí cuenta que a mamá no le hizo ninguna gracia mi comentario, ya que se puso muy seria y me echó una mirada fulminante.

Al terminar volvió a sentarse en su mesa y comenzó a escribir lo que tenía que tomar. Entonces les explicó a mis padres que sufría una infección de garganta. Debía estar en cama y con el jarabe que me recetaba, en dos o tres días estaría mucho mejor.

-¿No tendré que ponerme inyecciones? -pregunté muy preocupada.

-No, tranquila, eso no será necesario -indicó con una sonrisa.

Durante el regreso a casa mamá no paró de darme mimos. Me dijo que no iría al colegio durante unos días y como papá no trabajaba, él se encargaría de cuidarme. Así podríamos leer cuentos, ver la tele y además no tendría que madrugar. En ese instante el coche paró en un semáforo y con una ligera sonrisa miré por la ventanilla. Empezaba a  gustarme estar enfermita.


lunes, 9 de enero de 2012

La vuelta al cole

Esta mañana volvieron a sonar los despertadores de la casa. Fue el anuncio de que las vacaciones de Navidad habían terminado. Durante las dos últimas semanas habían permanecido dormidos. Como si no fuese suficiente castigo tener que madrugar, para encima hacerlo con el maravilloso sonido de las noticias matutinas del viejo radio despertador de mis padres. A continuación se oyó el de Pedro, mientras yo me hacía la remolona y me tapaba con la almohada con la esperanza de que todo fuese un mal sueño.

Cuando ya empezaba a dormirme de nuevo, un ruido desagradable me volvió de golpe a la realidad… era el pesado de mi despertador. Así que, de mala gana, me levanté y me dirigí a la cocina donde estaba mi familia empezando a desayunar y con tan pocas ganas de emprender la semana como yo.

-Vamos nena, anímate y piensa que volverás a ver a tus amigos -dijo papá revolviendo mi pelo con su mano.

-¿Por qué tengo que ir al colegio para verlos? ¿Acaso no pueden venir a visitarme a casa? -pregunté gruñona.

-No te quejes tanto. Al menos para los de primaria es un día de fiesta ya que puedes llevar algún juguete a clase y yo tengo que estudiar como si no hubiese pasado nada -explicó Pedro.

La verdad es que tenía razón. El primer día de la vuelta al colegio, después de navidad, nos dejaban llevar algún juguete de los que nos habían traído los Reyes Magos. Así que decidí que llevaría mi juego de magia ¿Quién sabe? ¿A lo mejor podría hacer algún hechizo que hiciese desaparecer las asignaturas que no me gustaban?

Mucho más animada, terminé el desayuno y me fui a mi habitación para vestirme y preparar mi mochila. Dentro de ella coloqué mi caja mágica y salí por la puerta en dirección al colegio. Papá me acompaño hasta la entrada y al llegar pude ver que la mayoría de los niños mostraban sus juguetes con orgullo. En medio de todos ellos apareció Clara que al verme se echó a correr hacia nosotros.

-Buenos días ¿Qué tal las vacaciones? -dijo sonriente.

-Muy bien, lástima que ya se terminaron. Tenía muchas ganas de verte -saludé, al tiempo que nos dábamos unos besos.

En ese momento papá se despidió de nosotras y nos dirigimos corriendo hacia el patio. Mientras nos contábamos lo bien que lo habíamos pasado, yo le expliqué todo lo que había vivido en casa de mis abuelos, con los animales, haciendo pan con la abuela y sobre todo disfrutando de la nieve. Ella en cambio, se había quedado en la ciudad porque su padre tuvo que trabajar. A pesar de eso, me relató que lo había pasado genial. Sobre todo el día que su tía la llevo a una especie de parque de atracciones que montaron en estas fechas. Allí se subió a un montón de atracciones, estuvo en un taller de maquillaje y en otro donde le enseñaron trucos de magia.

-¿De magia? Fantástico porque yo necesito una ayudante para realizar mi plan -dije entusiasmada.

-¿No entiendo de qué estas hablando? -preguntó intrigada.

Justo cuando iba a explicárselo, sonó el timbre para entrar en la clase. Así que le dije que fuese paciente que luego le contaría todo con detalle. Rápidamente subimos las escaleras y al llegar a nuestra aula todo eran risas y saludos. Entonces entró la señorita Paula y nos indicó que dedicaríamos el día a contarnos nuestras experiencias navideñas. También nos pidió que enseñásemos los juguetes que habíamos traído y los compartiésemos con nuestros compañeros.

Creo que fue la primera vez que ningún niño protestó y todos estuvimos de acuerdo con la idea de nuestra profesora. Fue en ese momento cuando Clara me enseñó su regalo que era la Barbie doctora.

-¡Qué bonita es! Espero que me la dejes de vez en cuando.

-Por supuesto, jugaremos las dos con ella, pero ahora enséñame el tuyo -dijo con curiosidad.

Entonces abrí mi mochila y saqué mi juego de magia, mientras le explicaba que me sentía muy feliz ya que ahora podría destruir a la Señora Crisis. Clara me miraba sorprendida y no entendía muy bien lo que yo quería decir.

-Tú me ayudarás. Juntas aprenderemos a hacer pociones mágicas que puedan vencerla -le conté emocionada.

-Yo creo que te has vuelto loca ¿Cómo dos niñas vamos hacer magia? Esto sólo es un juego María -indicó ella.

-Estás equivocada, es mucho más que eso. Tienes que confiar en mí, nosotras seremos las defensoras de los trabajadores, acabaremos con la crisis y repararemos el daño que ha causado a tantas familias -dije muy seria y convencida.

Clara siguió mirándome como si me faltase un tornillo, pero me vio tan decidida que no se atrevió a contradecirme. Además yo estaba completamente segura de que entre las dos conseguiríamos todo lo que nos propusiésemos, porque ahora seriamos mágicas y eso nos haría poderosas e invencibles. ¡Ay que ganas tengo ya de empezar!