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jueves, 25 de abril de 2013

La leyenda de San Jorge

Esta mañana, cuando entramos en la clase, pudimos observar que en cada pupitre había un pequeño libro. Después de saludar a nuestra profesora, la señorita Paula, nos pusimos a ojearlo curiosos, mientras nos preguntábamos qué hacía allí. Era parecido a un cuento, tenía las pastas de color rojo y en el centro había un dibujo que representaba a un caballero a lomos de su caballo. Este se encontraba luchando contra un enorme dragón que escupía fuego por la boca. El título estaba escrito en letras de color dorado, y decía: “La leyenda de San Jorge”

Entonces nuestra profesora nos explicó que aquel libro era un pequeño obsequio para nosotros, ya que el 23 de abril se celebraba el Día Internacional del Libro. Nos preguntó si alguno sabíamos porqué era precisamente ese día y no otro, pero no hubo respuesta. Todos nos quedamos en silencio sin saber que contestar.

-Al parecer este día concuerda con el nacimiento de William Shakespeare y Miguel de Cervantes, símbolos de la literatura universal -nos reveló la señorita Paula.

-Pues podía habernos regalado un libro de esos autores y no uno de caballeros y dragones -habló uno de los niños en tono irónico, lo que provocó las risas de los demás.

-Os he regalado ese, porque hoy también celebramos el día de San Jorge. Es una de las jornadas grandes en Aragón y Cataluña. Además en esta última, la costumbre es regalar un libro y una rosa -nos contó la profesora.

-¿Por qué una rosa? -pregunté intrigada.

-La respuesta María, está dentro de ese libro. Y ya que has sido tú la que lo has preguntado, serás tú la que lo lea para toda la clase -me respondió.

-Muy bien -le dije, al tiempo que me levantaba y comenzaba a leer.

“Hace mucho, mucho tiempo, los habitantes de una ciudad del Reino de Aragón, vivían tristes y atemorizados por un gran dragón que habitaba en una cueva a las afueras de la ciudad. Este siempre estaba hambriento y se acercaba a la ciudad en busca de comida. Despedazaba todo a su paso y se comía todo lo que encontraba. De su boca salían bolas de fuego que quemaban las cosechas y con su enorme cola destrozaba las casas de los pobres ciudadanos.

El Rey, cansado de esta situación, decidió hacer un trato con el dragón. Le propuso darle a comer una oveja cada día, a cambio de que dejase en paz a la ciudad y a sus gentes. El dragón aceptó el trato y a partir de aquel día la paz volvió al reino.

Pasados unos meses, las ovejas se terminaron, se las había comido todas y ya no quedaban más. El Rey pensó que si no le daban ninguna, no se daría cuenta y no pasaría nada…pero se equivocaba. El dragón se presentó en la ciudad, enfurecido y escupiendo fuego, al tiempo que gritaba:

-Has roto nuestro trato, a partir de ahora me darás una muchacha cada día para comer.

-Pero cómo voy hacer eso, lo que me pides es imposible -respondió el Rey.

-Si no lo haces, destruiré esta ciudad y no dejaré rastro de ella -rugió el dragón.

El Rey convocó a todos los habitantes en la plaza de la ciudad, para que decidieran entre todos que podían hacer. La gente pensaba que no podían darle a sus jóvenes, aunque si no lo hacían, acabarían muriendo todos. Fue así, como después de mucho pensar, decidieron aceptar lo que el dragón les pedía. Harían un sorteo entre ellas y le entregarían a quien le tocase, fuese quien fuese.

Pero llegó el día en que le tocó a la hija del Rey. Este estaba desconsolado y no dejaba de llorar por los pasillos del palacio. Pero la princesa, que era muy valiente, decidió que tenía que cumplir con su obligación. Fue así como se despidió de su familia y se dirigió hacia la cueva del dragón. Por el camino se encontró con un caballero de armadura blanca y brillante lanza. Él, al verla tan triste se detuvo ante ella y le preguntó:

-¿Adonde vas bella muchacha?

-Soy una princesa que va a cumplir con su pueblo. Voy hacia la cueva del dragón para que me devore -contestó apenada la hermosa joven.

-Eso no puede ser princesa. Yo os salvaré, a ti y a todo tu reino.

El caballero, de nombre Jorge, salió hacia la cueva del dragón, donde le retó. Tras una gran batalla, le clavó su blanca lanza en el pecho y lo mató. Donde cayó la sangre derramada por el dragón, brotó un rosal de hermosas rosas rojas. El caballero arrancó la más bella y se la entregó a la princesa. La montó a lomos de su caballo y juntos partieron hacia el castillo. Todo el pueblo celebró su hazaña con una gran fiesta, y  el Rey, tremendamente agradecido, le dijo que podía pedir lo que quisiera.

-Tan solo quiero una cosa majestad, la mano de vuestra bella hija -contestó el caballero.

-Sea pues -habló el Rey.

Así nace la tradición de que, el día 23 de abril, día de San Jorge, todos los enamorados les regalen una rosa a sus novias.

Este fue el final de la historia, y aquella era la razón por la que se regalaban rosas ese día. A todos nos gustó mucho la leyenda, y nos pasamos el resto de la mañana comentándola y dibujando dragones, caballeros y princesas. Aunque lo que más me impactó, fue cuando al salir de clase, Lucas me llamó a un lado. Al aproximarme, me entregó una preciosa rosa roja de papel que había confeccionado para mí. Me quedé mirándola sin saber qué decir, y lo único que atiné a balbucear fue que yo no era su novia para que me hiciese ese regalo. Entonces se acercó y en voz baja me dijo: “algún día lo serás”

jueves, 11 de abril de 2013

Fuimos a conocer a Candela

-María, esta tarde quiero que vengas conmigo a visitar a una amiga mía -me dijo mamá al terminar de comer.

-Muy bien mami ¿Y quien es? ¿Y porqué quieres que vaya? -pregunté extrañada de que quisiera llevarme.

-¿Recuerdas a Nuria? -me preguntó

-Pues claro que sí, es la que está esperando un bebé ¿verdad? -le dije.

-Sí, esa misma. Pues hace una semana nació su niña, se llama Candela, y me apetece mucho que vengas conmigo a conocerla -me contó con una sonrisa.

-¡Qué bien! Pues claro que iré encantada ¿y podré cogerla en brazos? -pregunté emocionada con la idea de ver a un bebé chiquitito.

-Bueno tranquila, es muy pequeñita y hay que tener mucho cuidado. Pero seguro que te la deja coger un poquito -habló mi mamá.

-¡Estupendo! Te prometo que tendré mucho cuidado -le dije muy contenta.

Mientras acabábamos de recoger la cocina, recordé que unos días antes de semana santa, Nuria vino a nuestra casa a charlar con mamá. Era una persona muy amable y siempre que me veía me daba un par de besos, al tiempo que me decía lo grande y guapa que estaba. También recordé que tenía una barriga enorme, y eso era porque un bebé crecía dentro de ella. Aunque a mí, me parecía imposible que una personita cupiese allí dentro. No podía dejar de pensar que cómo era posible que la barriga se estirase tanto ¡Si parecía que le iba a explotar! Tanto me intrigaba que le pedí permiso para tocarla, y cuando me dejó acariciársela, pude sentir unos movimientos extraños allí dentro que me asustaron un poco.

-Tranquila María, es el bebé que se mueve y da pataditas -me explicó Nuria.

-Claro no me extraña, seguro que estará muy apretadita ahí dentro -le dije.

-Supongo que tienes razón, la verdad es que tengo ganas de que salga y verle la carita -me contestó sonriendo.

-Bueno tranquila que ya no te queda nada, en unas semanas la tendrás aquí -le dijo mi mamá.

-Pues yo muy tranquila no estaría, y es mejor que  tengas cuidado, porque un día de estos te da una patada fuerte y te sale disparada -comenté preocupada.

-Pero que cosas se te ocurren nena. Anda ve hacer los deberes -habló mi mamá entre risas.

Tan ensimismada estaba en mis recuerdos que no me dí cuenta de que ya era la hora de irnos. Así que me fui corriendo a mi habitación para coger una chaqueta y rápidamente bajé al garaje donde me esperaba mamá. Tuvimos que ir en el coche porque vivían en una urbanización preciosa que había en la otra punta de la ciudad. Por el camino mamá me fue contando cosas de su amiga, de cuando se conocieron y de todas las confidencias que compartían. Ellas habían trabajado juntas hacía unos años y además de compañeras se hicieron grandes amigas. Solían quedar para tomar café, ir de compras juntas o simplemente se veían para charlar de sus cosas.

Fue así, casi sin darme cuenta como llegamos a la casa de Nuria. Esta ya nos había abierto el portal por lo que no hizo falta timbrarle. Subimos en el ascensor hasta el octavo piso y allí nos esperaba con Candela en brazos. Tanto mi mamá como yo suspiramos a la vez diciéndole ¡Qué linda! Después de besarnos y abrazarnos, nos invitó a entrar en su casa. Nos hizo pasar al salón donde tenía una mesita con galletas y bombones por si nos apetecía comer algo. Pero mi mamá lo único que quería era coger a la niña en sus brazos, y la verdad, es que yo también.

-¡Es preciosa nena! -le dijo mi madre al cogerla.

-Bueno qué te voy a decir yo, si es mi peque -le contestó Nuria ligeramente emocionada.

-Se parece a ti, con esta carita redondita y esos ojitos tan bonitos -siguió diciéndole mi mamá.

-Pues yo no le veo parecido con nadie, es un bebé muy bonito y punto -dije de pronto.

-Eso es porque tú no entiendes María, cuando seas mayor ya sabrás sacar los parecidos -me respondió mi madre.

-¿Quieres cogerla un poquito? -me preguntó Nuria.

-¡Oh sí, eso me encantaría! -respondí sorprendida de que me dejase.

Entonces me mandaron sentarme en el sofá y con mucho cuidado colocaron al bebé en mi regazo. Al tiempo que pasaba uno de mis brazos por detrás de su cabecita para sujetarla mejor. Aunque creo que no se sentía muy segura, porque enseguida me agarró un dedo con su diminuta manita, como diciéndome que no la soltara. Me miraba fijamente con sus ojitos bien abiertos y hasta me pareció que esbozaba una pequeña sonrisa.

-Me parece que le gustas María -me dijo Nuria.

-¿Tú crees? Pues me alegro, y si alguna vez necesitas una canguro para cuidarla, cuenta conmigo -le respondí con una sonrisa.

-Eso por supuesto, estoy segura de que no hay nadie mejor que tú para atenderla -me contestó.

-Además yo puedo enseñarle muchas cosas, a leer, escribir, sumar, restar, etc. Que ahora con la crisis esta todo muy complicado, y cuanto más pronto aprenda, mucho mejor -le expliqué muy seria.

En ese momento, las dos se pusieron a reír a carcajadas al escuchar mis palabras. Mientras mi mamá me decía que no corriese tanto que aún era muy pronto para esas cosas. A pesar de sus risas, sigo pensando que cuanto más preparada esté para el futuro mucho mejor. Candela me miraba como si entendiese lo que estaba diciendo, y creo que sí me entendía, porque apretaba mi dedo con fuerza y me sonreía ligeramente.

Me encantó conocerla y fue una tarde estupenda en casa de Nuria. La felicidad se respiraba en su hogar con la llegada de Candela. Tanto ella como Camilo, su marido y papá del bebé, estaban radiantes con su niña. Mi mamá y yo les deseamos lo mejor del mundo para los tres porque se lo merecen. La verdad es que me costó mucho marcharme, pero Nuria me dijo que podría volver siempre que quisiera.

jueves, 4 de abril de 2013

Reencuentro con Andrea en Semana Santa

Ayer noche regresamos a casa después de pasar la Semana Santa en la granja de los abuelos. A todos nos vino estupendamente disfrutar de unos días en el pueblo. Como decía mi papá, allí las cosas son más sencillas y todo es más sano que en la ciudad. No tenía muy claro de si eso era así, o no, pero lo cierto es que durante esos días, él estuvo relajado y feliz. Consiguió olvidarse de la Señora Crisis y de todo lo que la envuelve, y solo por eso ya mereció la pena pasar aquel tiempo en la aldea. Por eso, y porque volví a encontrarme con Andrea, la niña que conocí en el verano y con la que nadie quería jugar. La verdad es que me alegré mucho de verla y ella también se puso muy contenta, tanto, que vino a darme la bienvenida cuando se enteró de que estaría allí aquella semana.

Después de saludarnos y abrazarnos, nos pasamos media tarde charlando de nuestras cosas. Me contó que los niños del pueblo seguían rechazándola, y todo por culpa, de ese pequeño trastorno que sufría llamado Hiperactividad. Debido a esto le costaba estarse quieta, prestar atención y concentrarse, por eso actuaba por impulsos y no era capaz de medir las consecuencias de sus actos. A pesar de todo, era una niña encantadora, muy cariñosa y de buen corazón. Ella sufría mucho por este rechazo y por todas las burlas que tenía que soportar. A mí me daba mucha pena que se portasen tan mal con ella y que fuesen tan crueles. Fue por eso que les pedí permiso a los abuelos para invitarla a pasar el fin de semana conmigo. Así podríamos pasar tiempo juntas, charlar y jugar, ya que yo era la única que quería estar con ella. Por supuesto, aceptaron encantados.

Fueron unos días fantásticos, en los que no solo nos dedicamos a divertirnos, también colaboramos en las tareas de la casa. Ayudamos a la abuela en la cocina, dimos de comer a los animales de la granja y fuimos juntas a las procesiones de la parroquia.  Lo pasamos muy bien y todo fue muy divertido. Tan solo hubo un suceso, bastante desagradable y que no me gustó nada, que empañó un poco aquella maravillosa semana. Todo sucedió el sábado por la tarde. Mi abuelo nos pidió que le acompañásemos al pueblo para comprar unas cosas que le hacían falta. Cuando llegamos, vimos unas niñas que jugaban en la plaza. Eran cuatro y estaban saltando a la comba, así que mientras mi abuelo realizaba sus compras, nosotras nos aproximamos hasta ellas.

-Hola María ¿Quieres jugar con nosotras? -me preguntó una de las niñas.

-Vale, estupendo -le contesté, al tiempo que Andrea y yo nos acercábamos para saltar con ellas.

-Pero ella no, solo puedes jugar tú, la retrasada que se vaya -me dijo refiriéndose a Andrea y sacándole la lengua.

-Ella no es nada de eso y no entiendo porqué no puede. Además, está muy feo lo que has dicho -hablé ligeramente molesta.

-Es la verdad, es tonta y no sabe comportarse. Mi madre dice que es una mala influencia para todas nosotras -me replicó.

Entonces las demás niñas rodearon a Andrea y comenzaron a insultarla, al tiempo que le daban empujones. Viendo que ella se ponía cada vez más nerviosa, intenté protegerla mientras les pedía que la dejasen en paz, pero no me hacían caso. En ese momento, ocurrió algo inesperado, tan presionada se sintió que agarró una piedra del suelo y la lanzó contra ellas, con tan mala suerte que alcanzó a una en un brazo. Durante unos minutos nos quedamos paralizadas y sin saber qué hacer. No podía creer lo que había pasado. De pronto, la niña empezó a gritar como si le hubiesen roto algo. Rápidamente me acerqué para ver si era así y me di cuenta de que no había sido nada. Por fortuna solo la rozó y ni siquiera le hizo una herida, aunque probablemente le saldría un moretón. En cambio ella no dejaba de chillar y llorar diciendo que la había lastimado mucho. Tal era el alboroto que formaba, que la gente que estaba comprando en la tienda salió para ver qué pasaba, entre ellos mi abuelo y el padre de aquella niña.

-¿Qué pasó? ¿Quién te hizo daño? -preguntó su papá acercándose a la chiquilla.

-Fue Andrea que esta loca, llegó aquí, y sin decir nada me tiró una piedra -contestó entre lágrimas.

-Eso no fue así. Es cierto que le tiró una piedra y que estuvo mal, pero ella la provocó diciendo que era una retrasada y no dejándola jugar -le expliqué.

-Me importa bien poco lo que le haya dicho, esa niña no está bien y no es normal que tire nada. Ahora mismo voy a junto de su padres y se van a enterar -replicó el hombre muy enfadado.

-No es justo, ella hizo mal pero no toda la culpa es suya. Ellas no dejaban de insultarla -le contesté muy seria.

-Deberías ponerle un poco de educación a tu nieta, estas niñas de ciudad se creen que todo vale -le dijo aquel señor a mi abuelo.

Entonces mi abuelo, muy tranquilo, como solía ser él, se acercó al padre de aquella niña y poniéndole una mano en el hombro y le dijo:

-Parece mentira que te pongas así por una chiquillada, al fin y al cabo no pasó nada y son cosas de críos ¿Acaso has olvidado cómo eras tú de pequeño? Seguro que no. Es nuestra responsabilidad educar bien a estos niños que son nuestro futuro, enseñarles a valorar a las personas por lo que son y no crearle prejuicios hacia los demás por ser diferentes. Eso es algo que mi nieta entiende muy bien, y si hoy pasó esto, es porque tu hija no lo entiende. Enséñala a respetar y perdonar a los demás, pero no te olvides, mi querido amigo, de practicar con el ejemplo.

Después de sus palabras, el silencio se apoderó de la plaza. Durante unos minutos nadie sabía muy bien qué decir, y fue precisamente Andrea, la primera en hablar. Se acercó a aquella niña y le pidió perdón, diciéndole que se sentía avergonzada por su comportamiento y que no volvería a ocurrir. Bueno, la verdad, es que todos se sentían avergonzados, y terminaron por disculparse con ella. Mientras yo agarraba la mano de mi abuelo, apretándole con fuerza y sintiéndome muy orgullosa de ser su nieta. Él, guiñándome un ojo, me dedicó una sonrisa y me devolvió el apretón ¡Qué feliz me sentí en aquel momento!