Este mediodía, justo al terminar
de comer, alguien llamó al timbre. Rápidamente me levanté para abrir, y al
hacerlo me encontré con Hugo, el vecino de arriba. Había bajado para traerle un
juego de la Play-Station
a mi hermano Pedro. Estaba acompañado de su inseparable perrito Iker, el cual,
nada más verme, empezó a lamerme y a mover su colita sin parar, al mismo tiempo
que emitía unos ladridos agudos un poco extraños.
-¿Por qué ladra así? -pregunté
preocupada.
-Es porque le gustas tanto María,
que se pone nervioso al verte -me respondió entre risas.
-¡Que ricura! A mi también me
gustas mucho -hablé mirando al perrito.
-Si le acaricias despacio, se
tranquiliza y deja de ladrar así -me explicó, entonces me agaché para hacerlo, pero
en ese momento, Iker dio un chillido de dolor que me asustó.
-¿Qué le pasa? Le lastimé ¡Ay
pobrecito! Fue sin querer -dije apenada al ver al animalito dolorido.
-No te preocupes, es que tiene el
pelo tan enredado que le duelen hasta las caricias. Es por eso que voy a
llevarlo a la peluquería para cortárselo -me dijo.
-Supongo que lo llevarás a la
peluquería de mi madre. Además por ser tú, seguro que te hace descuento -le
dije.
-Pues no, lo llevo a una de
perros -me contestó.
-¿Cómo qué a una de perros?
-pregunté sorprendida.
Entonces Hugo me contó que había
peluquerías exclusivas para ellos. Donde los bañaban, les cortaban el pelo y
les peinaban. Algunas hasta tenían ropa, además de collares, mantitas y
multitud de accesorios para que estuviesen más guapos y cómodos. No podía creer
que lo que me contaba fuese cierto. Ni siquiera podía imaginarme estudiando
peluquería para animales. Así que le pedí que me dejase ir con él porque sentía
mucha curiosidad por saber cómo eran esos sitios.
-Pues claro que puedes venir
María -me dijo con una sonrisa, mientras el perrito movía su rabito como si nos
entendiese y se alegrase de que les acompañase.
-Espera un segundo que voy a
buscar un abrigo y vuelvo ahora -le dije mientras corría a mi habitación.
Una vez lista nos fuimos hacia la
peluquería que estaba dos calles más abajo de donde vivíamos. El perrito iba
feliz, correteando por la acera, olisqueando todo a su paso y meando sin parar.
No entiendo porque hacia tanto pis, nunca había visto a un animalito mear
tanto. Me preguntaba que con lo pequeño que era ¿Dónde guardaba tanto pis? ¿Y
porque lo meaba todo? Entonces se lo pregunté a Hugo, que me contó que era su
forma de marcar territorio para que los demás perros sepan que él manda. También
es una manera de darles mensajes, como ellos no tienen móvil como las personas,
se informan y comunican mediante su orina. Me parecía sorprendente todo lo que
me contaba, y tan ensimismada estaba, que así sin darme cuenta llegamos a la
peluquería de perros.
Era una tienda chulísima, de
color rosa y amarillo. En la fachada tenía un cartel con unos perritos
dibujados y que llevaban unos rulos en la cabeza. Al lado estaba el nombre del
local que decía: “Peluquería Lolitas”. Al llegar, Hugo abrió la puerta y tiro
de Iker hacia dentro, pero este se resistió echándose en el suelo como si
prefiriese quedarse fuera. En aquel momento apareció una chica muy amable que
nos invitó a entrar. Pero nada, el perrito cada vez hacia más fuerza para
quedarse en la calle.
-¿Qué te pasa Iker? ¿No quieres
que te corte el pelo? -dijo la chica acariciándole para que se calmase.
-Pues parece que no le apetece
mucho, a lo mejor es que le dan miedo las tijeras -le contesté.
-¡Vaya! Hoy vienes muy bien
acompañado ¡Hola guapa! Me llamo Carmen ¿y tú quién eres? -me preguntó con una
sonrisa mientras entrábamos dentro del negocio.
-Ella es María, mi vecina. Su
madre también es peluquera, pero de personas -le respondió Hugo que finalmente
tuvo que coger a Iker en brazos para poder entrar.
-Mira que bien. Pues yo lo soy de
animales ¿quieres quedarte a ver cómo trabajo? -me preguntó.
-¡Oh sí, claro que quiero! Gracias
Carmen -le dije muy contenta.
Entonces pasamos a una especie de
cuarto donde tenía una bañera metálica para lavar a los perritos. Al lado había
una mesa con todo lo necesario para cortar y peinar al animalito. A Iker no
parecía hacerle mucha gracia todo aquello, pero no le quedaba más remedio que
aguantarse. Carmen le hablaba con mucho cariño y poco a poco fue ganándose su
confianza y se dejó bañar y cortar el pelo sin problemas.
Al final tuvo que raparle y
dejarle el pelo muy cortito. Eso era porque su amo no le peinaba y el perrito había cogido nudos que le provocaban pequeñas heridas en la piel. La peluquera
le dijo que debía peinarle todos los días para evitar esas cosas. Pero Hugo no
parecía muy convencido de querer hacerlo. Así que le pedí que me explicase cómo
se hacía y me comprometí a peinar a Iker todas las tardes al venir del colegio.
Al perrito pareció gustarle la idea, ya que no dejó de mover su rabito y
lamerme el rato que estuvimos allí. Cuando terminó, estaba guapísimo. Además, como premio, le dio una chuchería por haberse portado tan bien. Fue una tarde estupenda y me encantó
acompañarles. Aunque lo que más me gustó fue conocer a Carmen, era muy amable y una gran peluquera de
animales.