.

jueves, 19 de julio de 2012

Sin extra los funcionarios no funcionarán

Hoy ha sido uno de esos días en los que entendí todos los enfados de papá. Fue la primera vez que sentí rabia y unas ganas tremendas de gritar, al comprobar lo injusto que era todo. La Señora Crisis estaba pasándose de la raya y amenazaba seriamente los derechos de la gente, ayudada por los políticos, que según me explicó papá, eran los que tomaban las decisiones que lo empeoraban todo. Siempre pensé que era un pelín exagerado y el tener que estar en casa sin trabajo, le había echo un refunfuñón. Pero hoy me he dado cuenta de que no era así.

Esta mañana salimos a buscar el pan y esperando el ascensor, nos encontramos con nuestro vecino Hugo y su padre. Me extrañó que Iker, su perrito, no fuese con ellos, y al preguntarle me contó que se había quedado en casa porque estaba algo pachucho. El que también parecía malito era su padre, ya que no tenía buena cara y estaba como triste. Entonces mi papá le preguntó si le ocurría algo y él le dijo que estaba agobiado por todo lo que estaba pasando. Que se sentía sin ganas de nada y que los políticos no pensaban en los ciudadanos. Como si no fuese bastante complicado salir adelante, para que ahora les quitasen la paga extra de navidad.

¿Cómo que les quitaban la paga extra? No entendía a qué se refería y le pregunté que era eso. Entonces me explicó que era un sueldo que les daban a todos los trabajadores por navidad. Supuestamente era para ayudarles con los gastos que traían esas fiestas y para que todas las familias pudiesen celebrarlas dignamente. Pero este año, debido a la crisis, el gobierno había decidido quitársela a los funcionarios como él.

-¿Funcionario? ¿Y qué clase de trabajo es ese? ¿De funcionar? -pregunté sorprendida.

-Es como se conoce a los trabajadores públicos, como los profesores, bomberos, policías, médicos, enfermeros, etc. -me explicó mi papá entre risas.

-¡Ah vale! ¿Y qué funcionario eres tú? -le pregunté al padre de Hugo.

-Yo soy celador de urgencias. Trabajo en el Hospital, ayudando a los médicos y enfermeras. También recibo a la gente que viene enfermita y la llevó adonde sea necesario -me contó.

-Vaya, parece un trabajo muy interesante -le dije.

-Pues sí María, es un trabajo que me encanta. Poder ayudar a los demás en esos momentos en que están enfermos y necesitan una mano amiga, es algo que me llena mucho -me dijo con una sonrisa.

-La verdad es que es una bonita tarea la que realizáis y muchas veces la gente no se da cuenta de vuestra labor -habló mi papá.

-Es cierto, pero a nosotros lo que nos importa es socorrer a quién lo necesita. Por eso después de veinte años dedicándome a esto con toda la ilusión y colaborando para el bienestar del paciente, suceden estas cosas y me quitan las ganas de todo -me explicó.

No me extrañaba que tuviese mala cara y que el pobre hombre se sintiese así. Además en su casa solo trabajaba él, ya que la mamá de Hugo era ama de casa. Por eso comprendía perfectamente su preocupación y que tuviese miedo a que las cosas se pusieran algo más difíciles para ellos. Sinceramente me daba pena la situación que atravesaba la familia de Hugo.

-La culpa es de la dichosa Señora Crisis que no sabe hacer más que fastidiar -dije de pronto muy enfadada.

-Tienes razón pequeña, pero nosotros no tenemos la culpa y no es justo que lo paguemos. Además cuando comencé en este trabajo, me compré una casa para mi familia contando con este sueldo, y si ahora, me lo recortan y me quitan lo que gano con mi sudor ¿Cómo pagaré? -habló el padre de Hugo con tristeza.

Después de aquellas palabras, nos quedamos callados sin saber muy bien que decirle. Mientras yo intentaba comprender cómo un gobierno, que supuestamente está al servicio de los ciudadanos, se dedica a perjudicarlos. No puedo entender que los mayores no hagan nada, porque mucho quejarse y después todos aceptan lo que les manden. Decididamente el mundo de los adultos no me gusta nada, y una cosa tengo clara, no pienso permitir que Iker, el perrito de Hugo, pase hambre por culpa de los recortes que sufre su familia ¡Ah no! Por ahí no paso.

martes, 10 de julio de 2012

Los mayores se quejan pero no hacen nada

Este mediodía, papá volvió a enfurecerse viendo las noticias, después de pasar unos días de paz y tranquilidad, en que todo fue felicidad porque “La Roja” había ganado la Copa de Europa. Pero fue encender el televisor para que la realidad volviese de golpe. Una vez más comenzó a hablar solo, diciendo que “no hay derecho”, “que poco dura la alegría en la casa del pobre”, “esto es una injusticia” y no sé cuantas cosas más.  Preocupada por él, me fui hacia el salón para enterarme qué había pasado esta vez.

-¿Qué pasa papi? ¿Alguna noticia mala? -le pregunté.

-No cariño, no hay alguna noticia mala…todas lo son -contestó molesto.

-Bueno seguro que exageras, algo bueno dirán -contesté intentando animarle.

-Pues no María, ojala todo fuesen exageraciones mías. Pero esto se está poniendo muy mal y no sé adónde vamos ir a parar, ni cuanto aguantaremos -dijo con voz triste.

Como no entendía muy bien de lo que hablaba, le pedí que me lo explicase. Entonces comenzó a contarme que el gobierno seguía haciendo recortes que perjudicaban seriamente a la gente que menos tenía. Subían impuestos que aumentaban los precios de cosas tan necesarias como el pan, los huevos, la leche, etc. Además, también tendríamos que pagar un extra en nuestros medicamentos. Vamos, que ahora, hasta para ponernos enfermos habría que pensárselo. Y todo esto, había que sumarlo a que encontrar trabajo era cada vez más complicado.

-Pero hay algo que yo no entiendo papi. Si el gobierno lo elige la gente, este no puede hacer lo que quiera ¿o sí? -pregunté sorprendida.

-Debería ser como tú dices nena, ellos tendrían que hacer lo que es mejor para todos. Pero no lo hacen, actúan en beneficio de unos pocos y recortan en los derechos de las personas como nosotros -me explicó.

-¿Y no podemos hacer nada? -pregunté.

-Claro que podemos. Tendríamos que levantarnos todos y no dejar que hiciesen lo que les diese la gana. Igual que hacen los mineros, que son los únicos con el valor suficiente para protestar lo que haga falta, antes de permitir que les recorten en sus derechos. Ellos pelean por el bienestar de sus familias y no se dejan amedrentar así como así -habló papá muy serio

-Y si los que nos gobiernan lo están haciendo tan mal ¿No podemos echarles y elegir a otros? -pregunté.

-Pues mira eso no sería una mala idea, echarlos a todos a la calle y que tengan que vivir como muchos de nosotros, con lo mínimo. Ya verías como se iban a enterar de lo que vale un peine -me dijo.

-Bueno, un peine no cuesta muy caro. Mejor que se enteren de lo que vale un secador de pelo que cuesta más -indiqué.

En ese momento papá se echo a reír a carcajadas, por lo que deduje que lo del peine no iba en serio y tan solo era una ironía de esas que tanto les gusta usar a los mayores. Pero bueno, al menos conseguí, sin querer, que por un rato se olvidase de todas aquellas noticias que tanto le enfadaban.

Aunque entendí todo lo que mi papá me explicó, hay cosas que no puedo comprender. ¿Por qué la gente no hace nada y aceptan sin más todas esas cosas malas que tanto nos perjudican a todos? ¿Por qué no salen a la calle todos juntos? Igual que lo hicieron para celebrar que éramos campeones. ¿Por qué solo los mineros protestan? ¿Acaso nosotros no somos como ellos? Pienso que cuando algo está mal, simplemente hay que cambiarlo antes de que se ponga peor. Por eso no entiendo como los mayores se quedan quietos ante tantas injusticias, y olvidan que además de jugarse su presente, se están jugando nuestro futuro.


jueves, 5 de julio de 2012

Ellos no lo harían

Por fin estábamos de vacaciones y ya no tenía que madrugar. Por eso esta mañana había quedado con Hugo para sacar a pasear a su perrito Iker. Así que al terminar de desayunar vinieron los dos a buscarme. Nada más abrirles la puerta, el animalito se echó como un loco hacia mí, al mismo tiempo que movía su rabito sin parar. Me lamió toda y se metió entre mis pies mientras emitía unos ladridos nerviosos. Según me explicó Hugo, era su forma de saludarme y de demostrarme lo contento que estaba al verme.

-Buenos días también para ti, bonito -le dije al perrito agachándome para acariciarlo.

-Le gustas mucho María. Será porque eres una chica -me dijo Hugo.

-No te entiendo, ¿qué tiene que ver eso para que le guste? -pregunté intrigada.

-Te diré un secreto, Iker se muere de ganas por tener una novia y como tú eres chica, a lo mejor por eso le gustas más -me contestó guiñándome un ojo.

Me quedé muy sorprendida con lo que me contó Hugo. No sabía que los animalitos también sentían la necesidad de tener novia o novio. Mientras dábamos el paseo por el parque, le pregunté a Hugo porque no le buscábamos una. Él me contestó que eso no era fácil y me explicó que los perros se guiaban por su olfato. Con él decidían quién les gusta y quién no.

-Eso quiere decir que si se acerca una perrita a él, sino le huele bien ¿no la querrá como novia? -pregunté curiosa.

-Más o menos, pero tiene que ser algo mutuo. Se tienen que gustar los dos -respondió.

Después de todas las explicaciones que me dio Hugo, decidí que mi misión para estas vacaciones sería encontrarle novia a Iker. No quería que el perrito se sintiese mal y pondría todo mi empeño en ayudarle a encontrarla. Lo que no me imaginaba es que lo haría más pronto de lo que yo pensaba. Terminado el paseo nos fuimos para casa, que ya casi era la hora de comer. Durante la comida les conté a mis padres que quería buscarle una novia a Iker, para que el perrito no estuviese triste.

-No me digas que ahora vas a hacer de Celestina para un perro -dijo mi hermano Pedro entre risas.

-Solo quiero ayudarle y no sé quién es esa Celestina. Yo soy María ¿no te acuerdas? -respondí algo molesta.

-No te metas con tu hermana. Es muy bonito lo que quiere hacer y a lo mejor yo puedo ayudarte -dijo mamá.

-¿Ah sí? ¿Cómo? -interrogué.

-Esta tarde veniros Hugo, el perrito y tú a la peluquería -contestó.

-¡Mamá! Necesita una novia, no un corte de pelo -le dije en tono irónico.
-Ya lo sé cariño, pero es que al lado de la peluquería han abierto un taller de reparación de calzado. El dueño es un chico muy majo y tiene una perrita muy bonita, y a lo mejor Iker y ella se gustan -me explicó.

-¡Genial! ¡Eso es fantástico! Ahora mismo se lo voy a decir a Hugo -hablé toda acelerada.

Subí hasta su casa y cuando se lo conté, a él también le pareció una idea estupenda. Así que sobre las seis de la tarde, nos fuimos los tres hasta la peluquería de mamá. Una vez llegamos, yo estaba impaciente por conocer a la perrita. Parecía como si el novio fuese para mí en vez de para él. Entonces mamá nos acompañó hasta el negocio de Jose, que era así como se llamaba el dueño de la perrita.

-Buenas tardes Jose -saludó mamá-. Esta es mi hija María, nuestro vecino Hugo y su perrito Iker -nos presentó.

-Hola ¿qué tal estáis? Encantado de conoceros -nos dijo con una sonrisa.

-¿Dónde tienes a tu perrita? -pregunté de pronto.

-María por favor, que manera es esa de saludar. No seas mal educada -me regañó mamá.

-Perdón, pero es que tengo muchas ganas de que se conozcan -hablé algo avergonzada.

-Vaya, tú si que haces honor al nombre de mi negocio “El Relámpago”, vas rápidamente a lo que quieres -me dijo Jose con sarcasmo.

En ese momento todos comenzaron a reírse por mi impaciencia y por su respuesta. Entonces se fue a buscar a su perrita que estaba en el bar de al lado, porque allí siempre le preparaban algo de aperitivo. Ella era muy lista y se había ganado la confianza de los camareros que no dudaban en mimarla. A los pocos minutos aparecieron los dos. Era un animalito precioso, de color negro y con las patitas blancas. Él nos explicó que se llamaba Thays, pero que en el barrio la conocían por “calcetines”, precisamente por el color de sus patitas, ya que daba la impresión de que llevaba puestos unos calcetines. También nos contó que la había recogido en un refugio de Sevilla, ya que la habían abandonado.

-¡Es muy bonita! No entiendo como alguien puede abandonar a un animalito así -dije mientras la acariciaba.

-Es difícil de entender María, pero hay mucha gente que abandona a los animales, sobre todo ahora en las vacaciones -me explicó Jose.

Mientras nosotros hablábamos, Iker y Thays comenzaron a lamerse, bueno…primero a olerse, ya que esa es la forma que tienen de conocerse. Al poco rato, empezaron a jugar y se les veía muy contentos juntos. Yo me sentía feliz por los dos animalitos y satisfecha porque había cumplido mi objetivo, que era encontrarle novia a Iker.

Media hora después nos despedimos y quedamos con Jose para volver otro día. A los perritos les costó separarse y Hugo tuvo que tirar de Iker para sacarlo de allí. Observando a los dos animalitos comencé a pensar cómo podía haber personas tan crueles capaces de hacerles daño y abandonarles. Ellos te dan un montón de cariño y agradecen todo el bien que les haces. Para mí ese tipo de gente no tiene corazón y no merecen nada y estoy segura que los perritos, jamás lo harían.

lunes, 2 de julio de 2012

Todos con la roja

Este domingo en mi casa se montó una auténtica revolución, bueno… creo que fue en todas las casas. El motivo fue un partido de fútbol. Es increíble como un deporte, que a mí me parece un poco aburrido, es capaz de movilizar a tanta gente, que digo ¿gente? a todo un país. Al parecer los nuestros jugaban la final de la Copa de Europa, que según tengo entendido, es algo muy importante y por la que todo el mundo estaba nervioso. Todas las calles, comercios y los balcones de las viviendas se llenaron de banderas rojas y amarillas. La gente no hablaba de otra cosa que no fuese el partido de fútbol, y por un momento todos olvidaron a la Señora Crisis, a los políticos, a los recortes en educación, sanidad, etc.

Nadie parecía estar indignado ese día, al contrario, todos estaban contentos ante el magnifico acontecimiento que nos esperaba esa noche. Hasta papá no parecía el mismo, apenas miró las noticias y nada de lo que dijeron le importó como otras veces. Decía que había que disfrutar del momento y saborear las cosas buenas que nos pasaban. Lo único que no acababa de entender, es en qué nos afectaba a nosotros que ganase o perdiese nuestro equipo. Al fin y al cabo las cosas seguían siendo las mismas y nuestros problemas no desaparecían. Pero bueno, tampoco quería ser yo la que amargase la fiesta a nadie, así que me uní a la alegría generalizada por un partido que no acababa de comprender muy bien.

Aquella tarde salimos mi hermano Pedro, papá y yo a dar una vuelta, antes del gran acontecimiento. Cuando llegamos al portal de nuestro edificio nos encontramos con Hugo y con su perrito Iker. Este llevaba una camiseta roja con el número 12 que le quedaba muy chula. Estaba muy simpático con ella.

-¡Hala que guapo está Iker! ¿Y por qué lleva el número 12 en la camiseta? -pregunté intrigada.

-El número 12 representa al último jugador del equipo -me contestó Hugo.

-¿Qué me dices? ¿Iker también va a jugar? -pregunté sorprendida.

-No María, claro que no, solo es una forma de representar a los seguidores de un equipo. Esto quiere decir que los aficionados somos el jugador número 12 y que los ayudamos a ganar con nuestro apoyo y ánimo -me explicó él entre risas.

La verdad no me quedó muy claro lo del dichoso número 12, pero no quise preguntar más porque intuía que era alguna cosa de esas de mayores que no tenían mucha explicación. Entonces papá le dijo a Hugo, si quería ver el partido en nuestra casa. Además pediría unas pizzas para que cenásemos todos juntos.

-Me parece estupendo, gracias. Pero mejor pedimos comida china no vaya a ser que se nos atraganten las pizzas -respondió él.

-No entiendo por qué se nos van a atragantar. Si las comemos despacio no tiene porque pasar nada -dije yo muy seria.

En ese momento todos comenzaron a partirse de risa, mientras yo me preguntaba que había dicho de gracioso. Entonces Pedro me explicó que lo decía porque jugábamos contra Italia y como esa era una comida típica de ese país, era mejor no tentar a la suerte. ¡Bueno lo que me faltaba por oír! De todas formas a mí me daba igual, mientras no comiésemos lentejas…

Por fin llegó el tan esperado momento. Al final pedimos comida china…por si acaso. Nos reunimos todos alrededor del televisor. Mamá puso unos cojines en el suelo para que nos sentásemos Iker y yo. Una vez colocados, comenzó el partido. Nuestro equipo lo hacía genial, por lo que a los pocos minutos llegó el primer gol, y con él, la locura.

-¡Gooooooooool! -gritamos todos a la vez, hasta Iker, bueno…él ladraba como un loco.

Pero en ese momento los italianos empezaron a atacar nuestra portería y los nervios comenzaron a apoderarse de nosotros. Sin embargo no les sirvió de mucho, ya que pocos minutos antes de terminar el primer tiempo, España marcó el segundo gol.

-¡Goooooooool! -volvimos a gritar emocionados, menos Iker que volvía a ladrar sin control y sin saber porque gritábamos.

Así llegó el final del primer tiempo. Mientras esperábamos a que comenzase el segundo, mamá aprovechó para poner la comida que habíamos pedido. Estábamos felices y no parábamos de comentar todas las jugadas, al tiempo que devorábamos la estupenda cena china. Una vez termínanos, recogimos todo y nos dispusimos a ver el final del partido. Nada más comenzar el segundo tiempo, volvieron los nervios… y los líos.

-¡Árbitro, eso es mano! -decía papá indignado.

-Pues yo no he visto nada ¿y tú Iker? -le pregunté al perrito que me contestó lamiéndome toda.

-Bueno, tranquilos, lo importante es que vamos ganando -dijo mamá que también estaba nerviosa, a pesar de que no le gustaba el fútbol.

En ese momento llegó el tercer gol. Con él estallo la locura más grande de todas. Se escuchaban los gritos de los vecinos y también a la gente que pasaba por la calle. Pero aún no nos habíamos recuperado cuando llegó el último y definitivo. Todos cantábamos ya el ¡Campeones, oeoeoeoe!

Después de unos interminables minutos en los que mi padre no paraba de hablar, mi hermano Pedro se levantaba y sentaba del sofá, Hugo no paraba de morderse las uñas, mi madre se tapaba la cara cuando había una acción de peligro contra nuestra portería e Iker no dejaba de dar vueltas sin entender que nos pasaba, llegó el final del partido.

Éramos campeones, habíamos ganado la Eurocopa, y según mi papá, habíamos hecho historia. Todo era alegría y felicidad, saltábamos, nos abrazábamos y por un instante no había nada por lo que preocuparse. Fue un momento emocionante y a pesar de que no tenía muy claro que es lo que habíamos ganado, ya que seguíamos siendo pobres igual, me sentía contenta por la alegría que aquel partido había traído a mi familia ¡Felicidades a todos!