Hacía varios meses que papá no se
enfurecía por las noticias de la televisión. Empezaba a pensar que ya no había
nada malo por lo que enfadarse, pero una vez más, me equivocaba. Este mediodía
justo cuando estábamos terminando de comer, papá comenzó a refunfuñar en un
idioma incomprensible. Todos nos quedamos en silencio intentando descifrar lo
que decía, pero no había forma de entenderle.
-Cariño por dios pero ¿Qué te
ocurre? Tranquilízate que te vas atragantar -señaló mamá ligeramente
preocupada.
-Es que no hay derecho, lo que
esta pasando no es normal. Vivimos en un país de pandereta -le contestó cada
vez más irritado.
Durante un rato me quedé pensando
cómo sería un país de pandereta, ¿tendría la forma de ese instrumento musical?,
¿o quizás sería un país donde la gente se dedicaba a tocar la pandereta todo el
día? Pues si era así, parecía divertido. No entiendo por qué papá se enfadaba
tanto, a mi no me importaría vivir en un sitio donde estuviésemos todo el día
cantando y bailando. Aunque no tardé mucho en darme cuenta que no era más que
una de esas expresiones de mayores, donde lo que decías nada tenía que ver con
lo que significaba.
Mientras yo seguía absorta en mis
pensamientos, mi papá seguía hablando sin parar cada vez más furioso. Tan rápido
lo hacía que tan solo pude entender alguna que otra frase suelta, las cuales no
tenían mucho sentido para mí. Así que decidí preguntarle para que me lo explicase.
Pensaba que tal vez si me lo contaba se sentiría mejor, ya que algunas veces
cuando hablamos con alguien de las cosas que nos hacen sentir mal, terminamos sintiéndonos
bien.
-No te pongas así papá, seguro que
no es para tanto -le dije con una sonrisa.
-Es para más nena. No es justo lo
que está pasando, con tantas familias con necesidad, gente sin trabajo y que
estos políticos se dediquen a repartir dinero en sobres…es una vergüenza -habló
muy cabreado.
-No entiendo nada, pero eso debería
ser una buena noticia ¿no? Si reparten dinero podríamos ir allí y que nos den
un sobre de esos también a nosotros -dije muy segura.
Durante unos minutos mi papá se
quedó mirándome con los ojos abiertos como platos, como si no pudiese creer lo
que había dicho, pero ¿Qué había dicho? De pronto comenzó a reírse a
carcajadas, las cuales terminaron por contagiar a mi mamá y a mi hermano Pedro.
Empecé a sentir que se burlaban de mí, yo que intentaba animarle y al final
acababa siendo el chiste del día. Me quedé esperando un rato a que terminaran
de reírse a gusto para que me explicasen qué había dicho de gracioso.
-¡Ay cariño mío! Si no fuese por
estos momentos que nos das, la vida sería mucho más triste -dijo papá entre
risas.
-Me alegro que lo veas así papi,
pero sigo sin entenderlo -contesté.
-Ya sé María que no es fácil de
entender, pero esos sobres de dinero no los reparten con la gente, no son para
ayudar a quienes lo necesitan. Son para que ellos se hagan más ricos a costa de
los demás y eso no esta bien. Los políticos deberían ser responsables, pensar
primero en los ciudadanos, buscar soluciones para que las cosas mejoren y todos
podamos vivir dignamente. Pero no lo hacen cariño, la mayoría quieren esos
puestos para vivir ellos bien sin preocuparse de nada más -me explicó muy
serio.
-Menudo discurso le has soltado,
no deberías decirle esas cosas. Es muy pequeña aún y debería preocuparse en
estudiar y jugar y no en cosas de mayores -apuntó mamá regañándole.
-No le riñas mami, quiero que me
lo cuente. Quiero saber lo que ocurre, yo también vivo en este país -le dije.
-Di que si nena. Esta es mi chica
-indicó papá con una sonrisa.
Aunque no me quedó muy claro lo
que me contó papá, le agradecía enormemente que siempre se molestase en explicármelo
todo. Aquel tiempo que dedicaba a contarme como eran las cosas, tratándome como
si ya no fuese una niña pequeña, me hacía sentir muy importante. Por eso, y por
muchas otras cosas le quería tanto. Algún día, cuando sea mayor, intentaré
cambiar todas las injusticias que pasen a mí alrededor, y este país nunca más
volverá a llamarse de pandereta.