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jueves, 29 de diciembre de 2011

Queridos Reyes Magos:

 Espero que al recibo de la presente os encontréis bien de salud. Aunque vivo en una pequeña ciudad, en esta ocasión os escribo desde la casa de mis abuelos. Me llamo María, tengo diez años y este año he sido muy buena, pero que muy buena.  He obedecido a mis padres en todo, y sin protestar, que tiene más mérito. Además, siempre he tenido mi habitación limpia y mis juguetes recogidos. También me he portado bien en el colegio y he sacado buenas notas, aunque debo reconocer que no tan buenas como otras veces. Pero he aprobado todo, incluso saqué un notable en lengua. 

Una vez expuestos mis logros, que estoy segura vosotros ya los conocíais, ya que vuestros pajes os informan de todo lo que hacemos los niños. Os diré que mi primera intención era pediros algunos juguetes que me hacían mucha ilusión. Sólo son cuatro, los cuales os detallo a continuación:

-Nancy estudio de peinados, que es para aprender a peinar a mis muñecas y a mis amigas.

-Cámara digital de Hello Kitty, para poder hacer fotos cuando me vaya de excursión en el colegio.

-Unos patines, para poder patinar con Clara en el parque.

-Barbie doctora, que me encanta con su vestido de médico.

Como podéis observar no son muchos y tampoco es necesario que me los traigáis todos. Pero después comencé a pensar que esto no es lo que realmente deseo. En estos momentos lo que me gustaría es una poción mágica para acabar con la bruja malvada llamada “Señora Crisis”. No sé si la conocéis, pero aquí es bastante famosa y parece imposible terminar con ella. Pero como vosotros sois magos y debéis ser muy buenos porque sois los reyes, estoy segura que sabéis como prepararla.

Así que si no es mucha molestia, os agradecería que me mandaseis la fórmula y las instrucciones para realizarla y así poder destruirla para siempre. No quiero que penséis que soy mala o algo por el estilo. Pero es que esta señora ha hecho mucho daño a mi papá y yo no quiero que esté triste ni preocupado. Es por eso que prefiero que me ayudéis a vencerla, antes que todos esos juguetes que tanto me gustan. Así mi papá podrá volver a trabajar, aunque debo reconocer que echaré de menos que no esté en casa conmigo.

Os doy las gracias por adelantado. También quiero deciros que os dejaré un trozo de bizcocho debajo del árbol de navidad, para que repongáis fuerzas después de una noche de duro trabajo. Además de un cubo de agua para que los camellos sacien su sed. De todas formas si decidís traerme alguno de los juguetes que he pedido antes, que sepáis que podéis hacerlo.

Un beso muy grande.                                                                                     

María

Queridos Reyes Magos


                                                                                                                        

Carta a los Reyes Magos

Esta mañana hacia tanto frío, que el abuelo no me dejó salir para ayudarle con los animales. Así que me quedé dentro de la casa y la abuela decidió que era un buen momento para que aprendiese hacer pan. Entonces nos fuimos para la cocina y me puso un delantal para que no me manchase. Mientras ella encendía el horno, mamá y yo fuimos poniendo los ingredientes en la mesa: harina, agua, levadura y sal.

Tan sólo hacía falta esto para prepararlo, y yo que creía que sería muy difícil y resultaba que era todo lo contrario. Comenzamos mezclándolo todo muy bien y una vez terminamos, pusimos la masa en un recipiente seco que  tapamos con un papel especial que tenía la abuela. Ahora había que esperar sobre media hora para que aumentase de tamaño. Entonces pensé que era cosa de magia. Pero la abuela me explicó que eso era debido a la levadura que la hacía crecer. Una vez lista, le dio forma y le hizo unos cortes con un cuchillo. En total preparó una bolla y dos barras que metió en el horno para que se cociese.

-¿Cuánto tarda en estar listo el pan abuela? -pregunté curiosa.

-Más o menos dos horas -respondió.

-¡Uf! Eso es mucho tiempo.

-Mientras esperamos podías escribir tu carta a los Reyes Magos. Aquí en la montaña hay un cartero especial al que se la daremos para que se la entregue. ¿Qué te parece? -dijo la abuela.

-¡Genial! La escribiré ahora mismo -contesté.

Entonces mamá me dio un bolígrafo y unos folios de colores que además tenían dibujos navideños. Me quité el delantal y me fui al comedor para hacerlo cerca de la chimenea. Coloqué un cojín en el suelo para estar más cómoda y me senté delante de ella.

Una vez acomodada, comencé a pensar en lo que quería pedirles y la verdad es que deseaba tantas cosas que no sabía muy bien por dónde empezar. Escribí dos borradores que no me convencían mucho, que acabaron ardiendo en el fuego de la chimenea. Volví a intentarlo y el resultado final me gustó. Ahora sólo espero que ellos lean mis peticiones y se cumplan mis deseos.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Lotería de Navidad

Esta mañana nada más despertarme, me levanté de un salto para ir a mirar por la ventana de mi cuarto. Al asomarme, pude ver que todo estaba completamente nevado y casi no podía distinguir el color verde de los árboles. La nieve llegaba hasta la puerta de la casa de los abuelos. Asomándome un poco más, pude ver a papá limpiando la entrada. Con mi mano di unos pequeños golpes en el cristal para saludarle, y él al verme, me hizo un gesto para que bajara.

Rápidamente busqué algo de abrigo para ponerme y unos minutos más tarde ya estaba vestida. Salí de la habitación y bajé corriendo las escaleras para dirigirme a la puerta principal. Al abrirla, el frío que sentí casi me deja congelada. Pero cuando me disponía a salir, apareció la abuela para decirnos que el desayuno ya estaba listo. Así que papá dejó la pala con la que estaba trabajando y juntos nos dirigimos hacia la cocina.

-Buenos días ¿Qué tal has descansado María? -preguntó el abuelo.

-Muy bien, he dormido como un tronco -respondí satisfecha.

-Estupendo, pues ahora desayuna rápido que Pedro y tú me vais a ayudar a darle de comer a los animales -explicó el abuelo.

-¿Podemos llevarle leche con galletas a los corderitos? -pregunté.

Todos comenzaron a reír al escucharme. Entonces la abuela me explicó que las galletas son para las personas y que los corderitos sólo tomaban leche de su mamá. Cuando fuesen un poco más grandes comerían hierba y piensos, pero nunca comida como nosotros.

-Pues no sé por qué no pueden comer otras cosas. A lo mejor les gustaban más que eso qué dices -repliqué muy convencida-. Seguro que a ti no te gustaría que te diesen siempre el mismo menú. Además ¿Vosotras no decís que debemos probar de todo? Pues ellos también deberían.

-Anda termina el desayuno y déjate ya de historias -dijo mamá entre risas.

Mientras terminaba de comer, seguía pensando que yo tenía razón. Pero eso daba igual, al final, los pobres corderitos tendrían que conformarse con lo que les daban y punto. Una vez acabamos, mamá y la abuela se encargaron de recoger la cocina y nosotros nos dirigimos al establo en compañía del abuelo.

Nada más llegar, nos dio un cubo de agua a cada uno para que llenásemos los abrevaderos de los animales. Después preparó unos recipientes con piensos y nos explicó cómo debíamos repartirlos. Yo me sentía tan emocionada por darles de comer que tropecé con una de las puertas de las cuadras y parte de los piensos me cayeron al suelo.

-¿Te has hecho daño María? -preguntó el abuelo con preocupación.

-No, estoy bien. Pero siento mucho que se me haya caído la comida -dije avergonzada.
-No pasa nada, la recogemos y ya está. Lo importante es que tú no te hayas lastimado -concluyó el abuelo.

Una vez los animales estuvieron acomodados regresamos a la casa y a medida que nos acercábamos, comencé a escuchar una musiquita extraña que procedía del interior. Algo así como unos niños cantando, pero no me parecían canciones, más bien sonaba como si estuviesen recitando la tabla de multiplicar.

Al entrar en la vivienda, seguí aquel sonido hasta el salón y allí estaban papá, mamá y la abuela, completamente hipnotizados mirando el televisor. Me acerqué hasta ellos y pude ver que por la pantalla salían unos niños vestidos de uniforme. A su lado había un bombo enorme lleno de bolitas numeradas que daban vueltas. Una vez paraban, éstas salían por un tubo hacia donde estaban los niños. Entonces ellos las cogían, las miraban y cantaban los números.

Durante un buen rato estuve mirándolos y el proceso siempre era el mismo. Aquello era un aburrimiento y no entendía por qué ellos lo miraban con tanta expectación. Comencé a pensar que incluso era peor que cuando ponían futbol. Pero de repente, los niños cantaron de una forma distinta y con las bolitas en la mano comenzaron a caminar hacia el centro del escenario para que todos pudieran verlos. En aquella sala se armó un gran revuelo, la gente se levantó de sus asientos y murmuró. Entonces, papá se puso nervioso y empezó a mirar unos boletos con números que tenía sobre la mesa, mientras decía a todos que nos callásemos que no podía escuchar.

-Nada, no nos ha tocado nada -dijo papá desanimado.

-¿Qué nos tenía que tocar? -pregunté intrigada.

-Es la lotería de navidad, cielo. Papá ha comprado unos números para ver si teníamos suerte y nos tocaba algo de dinero -explicó mamá.

-¿Y por qué no compró los que tenían premio? -interrogué.

Otra vez tuve que escuchar sus risas. Lo que yo decía era completamente lógico ¿Qué sentido tenía comprar números por los que no te daban nada? Entonces me contaron que era un sorteo y sólo tocaban unos cuantos boletos. Que era cuestión de suerte. A mí la explicación no me convenció del todo. Tanto decirme que no crea en hadas, duendes y demás, para descubrir ahora que los mayores también creen en cosas mágicas como la suerte ¡Ay qué paciencia me hace falta!

domingo, 4 de diciembre de 2011

Cuento en un día de lluvia

Hoy fue domingo, y para mí, siempre ha sido el mejor día de la semana porque no tengo que madrugar y mamá prepara un desayuno especial con croissant, pan tostado con mantequilla y chocolate caliente. Además de estas delicias, me encanta este día sobre todo porque papá suele llevarme por la mañana a por el pan, el periódico y casi siempre me compra algunas de mis chuches favoritas. También aprovechamos para dar un paseo por el parque y a la hora de comer regresamos a casa.   

Pero hoy no pudo ser porque estuvo lloviendo toda la mañana. Mamá no me dejó ir e insistió que me quedase en casa para evitar que pudiese mojarme y coger un resfriado. Yo creo que se preocupa demasiado, y cuando se le mete algo entre ceja y ceja ya no hay manera de convencerla.

Tenía esperanzas de que por la tarde saliese el sol, pero nada, siguió lloviendo. Miré por la ventana y lo único que se veían eran nubes grises que me desanimaban. Me aburría mortalmente, pero de repente algo cambió.

-Ven María, vamos hacer galletas -dijo mamá entrando en mi cuarto.

-¡Ah sí que bien! ¿Podemos hacerlas en forma de lunas y estrellas? -interrogué yo.

-Las haremos como tú quieras cielo -contestó ella.

Hacer galletas es algo que me gusta mucho. Mamá es una excelente cocinera y hace comidas y postres riquísimos. Yo de mayor también haré cosas ricas para mis hijos y les enseñaré todo lo que he aprendido de mi madre. Eso si los tengo, porque es algo que estoy meditando muy seriamente, sobre todo, después de oír a papá como decía: “Tal y cómo está todo en este país, acabaremos viviendo debajo de un puente”

Aunque yo no entiendo muy bien lo que significa “cómo está todo en este país”,  la idea de tener que criar niños debajo de un puente, la verdad, no me apetece nada. Mejor será que me concentre en las galletas y deje de pensar cosas raras. Así que me puse la bata de casa y las zapatillas y salí corriendo hacia la cocina.

Al llegar, mamá ya había puesto sobre la mesa todos los ingredientes para preparar la masa. Comenzó a mezclarlos mientras me explicaba cómo había que hacerlo. Luego me dejó amasar y me lo pasé en grande aplastándola con mis manos una y otra vez. Después empleó un rodillo para estirarla y me dio los moldes para hacer las formas. Hicimos lunas, estrellas, nubes y flores. Tenían una pinta tan estupenda que casi daban ganas de comerlas crudas. Después las metimos en el horno y tras veinte minutos ya estaban listas para saborearlas.

-¡Qué bien huele aquí! -exclamó papá al entrar en la cocina.

-Hemos preparado galletas -dije señalando la bandeja donde estaban colocadas.

-¿Puedo probarlas? -preguntó él.

-Espera un poco, prepararé un chocolate como en el desayuno y las tomaremos en el salón viendo una película ¿Qué os parece? -indicó mamá.

Su idea nos pareció estupenda, así que mientras ella lo hacía, papá y yo elegimos la película que veríamos. Nos decidimos por una de piratas que papá se encargó de poner en el dvd, al tiempo que yo colocaba un mantelito en la mesa del salón, donde situé la bandeja con las galletas. Al rato apareció mamá con el chocolate caliente y nos pusimos morados. Todo estaba riquísimo.

Al terminar la película, volví a mirar por la ventana. Estaba anocheciendo y ya no llovía. Fue en ese momento cuando pensé que no importaba el tiempo que hiciese fuera, lo verdaderamente importante era disfrutar de cada instante. Aquella tarde con mis padres, haciendo algo tan sencillo como unas galletas, fue una de las mejores que recuerdo. Y lo que empezó siendo un día gris, acabó convirtiéndose en un hermoso día de sol.